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Azusa Street
había resistido al Espíritu, hasta ser capaces de los mayores
actos de crueldad. Yo tenía que estar dispuesto a enfrentar
el martirio, si fuera necesario, en sus manos. Esta era la Yerdadera
prueba que se me presentaba. Pensé en mi esposa y
mis hijos, en Los Ángeles. Pero Dios me quitó todo el temor
en ese momento. Fue una experiencia marayillosa. Finalmente,
uno, más yaliente que el resto, me tomó por el hombro
y me ordenó que me levantara y dejara de orar. ;';0 ofrecí
resistencia, sino que levanté las manos y me encomendé
a Dios. El espíritu de mártir estaba sobre mí. El fuego de
Dios parecía cercarme y poseerme. No sentía temor. Al instante,
para mi gran sorpresa, mi agresor se puso de rodillas
y me rogó que orara por él. Había ido demasiado lejos. Dios
lo había tocado. El resto del grupo se quedó en silencio por
un momento. Pero pronto se recobraron.
Dos de ellos tomaron a una de las hermanas. Ella leyantó
los brazos y gritó victoria. El poder de Dios cayó sobre ella.
El temor se apoderó de la banda una yez más, y la soltaron.
Para este entonces, la otra hermana estaba de pie alabando
a Dios. Ambas soportaron la prueba como soldados. Creo
que hubieran muerto gustosas por el Señor esa noche. Era
medianoche y ya no podiamos hacer nada allí. Estábamos
en una cueva de demonios. Apagué las luces e hice que las
hermanas se adelantaran para asegurarme de que estuyieran
a salvo. Ellas pasaron sin inconyeniente entre el grupo, pero
la banda estaba esperándome afuera. El ateo tenía un palo
en la mano y estaba listo para golpearme. Les estreché las
manos a los dos primeros brayucones que vi, eyadí al líder,
y pasé por en medio de ellos sin un rasguño, por la misericordia
de Dios. No podían tocarme. Sin dudas, ellos esperaban
que yo demostrara miedo. Pero Dios me dio paz y no
dejó que temblara. Ni siquiera pudieron seguirnos. Pronto
alcanzamos la calle iluminada y estuyimos a salyo. Había sido
una experiencia difícil, pero el Ángel de Dios nos había
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