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Pruebas y bendiciones
relató muchas veces a la hermana Frambes. Una pobre y oscura
familia tenía una hijita de diez años de edad. La criatura
siempre había sido muy precoz para las cosas de Dios, y
ahora estaba a punto de morir. La Tía Mellingher, junto con
otras personas, se había acercado para verla morir. Pronto la
niña exclamó, como si estuviera prestando atención a algo:
"¡Escuchen! ¡Escuchen!" Intentaron escuchar algún sonido,
pero no lo lograron. Los oídos de la niña ya habían sido despertados
para escuchar sonidos que estaban más allá de la
capacidad auditiva terrenal. Pero muy poco después ellos
también comenzaron a oír las más bellas melodías musicales,
que evidentemente no eran de este mundo, que se acercaban
desde la distancia. El sonido se aproximó rapidamente, se hizo
más audible, hasta que finalmente se detuvo justo sobre
la casa donde estaban reunidos. El rostro de la niña se encendió
con un verdadero halo de gloria, y mientras la presencia
de Dios llenaba el cuarto, comprendieron que un grupo de
seres celestiales los rodeaban, y parecía que casi podían oir
el sonido del batir de alas de los ángeles, al tiempo que el espíritu
de la pequeña se retiraba de este templo de barro, en
un arrebatamiento de gozo trascendente. La música celestial
comenzó nuevamente, y pronto se perdió en la distancia. Los
ángeles habían vuelto a la ciudad celestial, y el espíritu de la
pequeña había partido con ellos. "¡Venid, ángeles, venid alrededor
de mí! ¡Oh, llevadme muy lejos sobre vuestras níveas
alas, a mi hogar inmortal!"
Leemos en el diario de john Wesley, en su anotación del
día 29 de marzo de 1782: "Siendo jueves santo, vine a
Mansfield a asistir en los cultos del día. Mientras administrábamos
el sacramento a aproximadamente mil trescientas
personas, escuché un sonido solemne, grave, suave, como el
de un arpa eólica. Continuó durante cinco o seis minutos, y
afectó de tal manera a tantas personas, que no pudieron
contener las lágrimas. Luego, gradualmente, se desvaneció.
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