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El P a s [l1 r S m a 1e re t o r n a el e 1 a y i \' a m i e n t () en G a 1e s
otra yez, pero yo estaba, literalmente, derramando mi vida
en el serYicio a Dios. Apenas contábamos con las cosas indispensables
para YiYir. Seguramente alguien le estaba fallando
a Dios. El Señor estaba conmigo en el Espíritu en una
forma marayillosa. Muchos estaban siendo bendecidos por
mi ministerio. Los líderes no me alentaban mucho, pero las
almas hambrientas y necesitadas escuchaban hablar de Jesús
gozosamente. Casi siempre el aYiyamiento comienza entre
los laicos. Los líderes eclesiásticos rara vez reciben bien
una reforma. La historia se repite. Los líderes actuales están,
en general, demasiado cómodamente instalados como para
desear inno\-aciones que pudieran requerir sacrificios de su
parte. Y el fuego de Dios solo cae sobre los sacrificios. Un
altar yacía no recibe fuego. Tanto el frío intelectualismo como
el eclesiasticismo formal y la dominación sacerdotal están
fuera de! genio del evangelio. Gracias a Dios que hay excepciones
entre los líderes. Pero somos salvos para servir. El
verdadero ministro es un sieryo. Jesús no Yino para ser ministrado,
sino para ministrar. Aun el poderoso evangelista
Charles Finney era tan pobre luego de quince años de prodigiosa
labor para e! Señor, que se vio obligado a vender su
baúl de yiaje para comprar una vaca y poder así alimentar a
su familia.
La noche anterior al culto en que el hermano Smale predicara
en Lake Avenue, dos de nosotros estuvimos orando
hasta pasada la medianoche. El hermano Smale predicó dos
veces ese domingo, y fue maravillosamente ungido por
Dios para la ocasión. Pasamos el tiempo entre las dos reuniones,
orando. En su mensaje habló sobre el avivamiento
en Gales. La gente se sintió totalmente conmovida. El hermano
Smale pronto organizó una Iglesia del Nuevo Testamento.
Me converti en miembro fundador de esa iglesia, ya
que sentía que debía permanecer con ellos, aunque no me
importaba demasiado la organización.
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