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Azuza Street

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L n n u c \' u mi n i s ter i o e n e 1 E sI"

conocía por ser peligrosos y se decía que estaban cebados y

que \'a habían mordido a varias personas. Su dueño estaba

acostado. Extrañamente, justo en ese instante se apagaron

las luces de la calle. Era "la hora de tinieblas". Parecía que

el infierno se había desatado repentinamente sobre mí. El

ataque fue tan repentino e inesperado que no tuve tiempo

de pensar. Pero grité instintivamente el nombre deJesús para

pedir ayuda. Instantáneamente los perros me soltaron,

como si les hubieran disparado. En ese mismo momento se

prendieron las luces de la calle. Era una extraña coincidencia.

Estoy seguro de que el diablo azusó a esos perros contra

mí. EYidentemente también logró, de alguna manera,

que las luces se apagaran. Pero Dios me libró.

El Sel10r me visitó con gran bendición al predicar en Los

Ángeles yen Hermón, después de este hecho. Muchas veces

me quebrantaba de tal forma con su amor que yo rompía a

llorar como un nil1o. especialmente en la iglesia del Aposento

Alto. El líder de esa iglesia se me oponía en gran manera.

Su espíritu no había sido quebrantado y él pensaba que yo

era débil. Hasta cierta vez insinuó que yo podría tener algún

problema mental. Pero él no comprendía el amor de Dios.

Charles G. Finney, el gran evangelista, dijo en una ocasión:

"Si tienes al Espíritu de Dios en gran medida, no será extra­

110 que muchos te crean demente. Debes preparar tu mente

para ser así juzgado, tanto más cuando vives por encima del

mundo. y andas con Dios".

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