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deseo y el hambre de Dios de la gente casi me tiraban fuera
de la plataforma. No podía hablar a la misma velocidad a la
que me surgían los pensamientos, y casi tropezaba conmigo
mismo al tratar de hablar más rápido. Una noche, cuando
terminé de predicar, el Señor hizo caer a todos al suelo. Me
di vuelta para mirar a los pastores que estaban sentados detrás
de mí, y ellos también estaban en el suelo. Uno de ellos
hasta tenía los pies enredados en la silla, por lo que pude estar
seguro de que el poder del Señor lo había volteado. Caminé
hacia el piano, cerca de la congregación. Mi cuerpo comenzó
a sacudirse bajo el poder de Dios; finalmente caí
sobre el piano, y allí me quedé. Era una manifestación ciclónica
del poder de Dios. Dejamos la convención en gran victoria.
Yo no había recibido un centavo desde que salí de casa
y el diablo me estaba tentando mucho al respecto. Pero el
Señor me aseguraba continuamente que Él me proveería
luego. Tenía que confiar en su palabra, porque no podía
comprender la situación. Era algo nuevo para mí. Pero sabía
que Dios había hablado.
Continuamos hacia Alliance, en Ohio, donde hablé dos
veces a los seminaristas. Nuestra próxima escala fue en Beaver
Falls, Pensilvania. Aquí prediqué cinco veces en total,
en la iglesia de la Alianza Cristiana y Misionera que pastoreaba
el hermano Rossiter. Yo había estado aquí, en una escala
para cambiar de tren, el año anterior. Tuvimos una reunión
enormemente preciosa y beneficiosa. Mi cuerpo estaba
bajo una gran presión, ya que era atacado por una terrible
neuralgia en el estómago. La mayor parte del tiempo tenía
que aferrarme al escritorio que tenía adelante, y cada esfuerzo
era como una pUñalada en el vientre. Cuando trataba de
orar, los mismos demonios parecían atacarme con nuevos
dolores. Dios trataba de llevar a los líderes de este lugar a la
experiencia pentecostal, y todo el infierno se estaba movilizando
para impedirlo. Los obreros eran hermanos preciosos.
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