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El P a s t o r S m a 1e re l o r n a del a \- i v a m i e n t o en G a 1e s
estaba en su punto máximo. Dios quería que la gente lo buscara
a Él, no a un hombre. Quienes no buscan en primer lugar
la gloria de Dios, naturalmente no aceptarán esto. Pero
ese es el plan de Dios.
Nos mudamos a una pequeña casita en la avenida N. Vernon
175, en Pasadena, donde pagábamos una renta de 3 dólares
por mes, por un cuarto y una pequeña cocina, sin amoblar,
sin gas ni agua. Me di cuenta de que la mayoría de los
cristianos no querían aceptar una carga de oración. Era demasiado
para su carne. Yo llevaba esta carga ahora en un volumen
creciente, noche y día. Ministraba intensamente. Era "la
participación de sus padecimientos", los "dolores de parto" del
alma, con "gemidos indecibles" (Romanos. 8:26- 27). A
muchos de los creyentes les resulta más fácil criticar que orar.
Un día yo tenía una gran carga de oración. Fui a la carpa
del hermano Manley y caí ante el púlpito, donde pude descargar
mi alma. Un obrero vino corriendo de una carpa situada
alIado de la principal, y me rogó que orara por él. Esa
noche asistí a otra reunión y encontré a un joven hermano,
Edward Boehmer, que había aparecido en las reuniones de
Peniel realizadas en la primavera pasada, y tenía la misma
carga de oración que yo. A partir de ese momento nos sentimos
maravillosamente unidos en el Espíritu. Él estaba destinado
a ser mi compañero de oración en el futuro. Oramos
juntos en la pequeña obra misionera de Peniel hasta las 2 de
la madrugada. Dios nos visitó y renovó nuestra seguridad en
forma maravillosa, mientras luchábamos con Él por el derramamiento
de su Espíritu sobre el pueblo. Para este entonces,
mi vida estaba literalmente inundada de oración. Yo
oraba día y noche.
Escribí más artículos para la prensa religiosa, exhortando a
los santos a orar, y volví a asistir a una reunión de Smale en Los
Ángeles. Una vez más encontré a la gente esperando al predicador.
Esta situación puso una carga muy grande en mi alma,
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