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Introducción general a las obras completas de Andrés Bello

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Poesías<br />

Pero el viaje <strong>de</strong> Humboldt es, quizás, lo que mayor trascen<strong>de</strong>ncia tuvo, ya para la formación <strong>de</strong><br />

<strong>Bello</strong>, ya para el conocimiento <strong>de</strong> la naturaleza americana en Europa. Marca el fin <strong>de</strong> una orientación.<br />

Hasta entonces los viajes científicos se habían realizado por tierras <strong>de</strong> antiguas civilizaciones. El<br />

Mediterráneo era el camino, con el encanto <strong>de</strong> sus sirenas muertas. La meta el Partenón, el Foro<br />

romano o <strong>las</strong> Pirámi<strong>de</strong>s.<br />

Con Humboldt se inicia una nueva etapa. El interés que <strong>de</strong>spierta su aventura apenas tiene parangón<br />

en la historia contemporánea. El Viejo Continente, unánimemente estremecido, tiene los ojos puestos<br />

en él. Se le consi<strong>de</strong>ra muerto, perdido en la selva, acaso <strong>de</strong>vorado por los indios caribes o caníbales.<br />

En torno a su figura se a<strong>de</strong>nsa una atmósfera romántica. Crece la curiosidad por América. Sus anchas<br />

llanuras, espesas montañas e impetuosos torrentes atraen la atención <strong>de</strong> todos. Humboldt se halla<br />

perdido. El fondo romántico <strong>de</strong>l cuadro es un panorama magnífico <strong>de</strong> dilatadas campiñas y mudas<br />

perspectivas lejanas.<br />

Cuando regresa a Europa, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> largos años <strong>de</strong> ausencia, es saludado por todos con verda<strong>de</strong>ro<br />

regocijo. Lleva <strong>de</strong> América una rama ver<strong>de</strong> para plantarla entre olmos y encinas; pero ha <strong>de</strong>jado en<br />

nuestras tierras una semilla que el tiempo hará prosperar; que <strong>Bello</strong> ha recogido <strong>de</strong> sus propios labios<br />

y a la cual permanecerá fiel durante toda su vida.<br />

Con Humboldt <strong>de</strong>scubrimos la realidad <strong>de</strong> nuestra naturaleza romántica, <strong>de</strong> nuestra expresión<br />

natural. El c<strong>las</strong>icismo nunca existió en América. Es netamente europeo. Lo apren<strong>de</strong>mos en los libros,<br />

lo recibimos como reflejo <strong>de</strong> fenecidas culturas; pero el romanticismo, no. Él nace <strong>de</strong> nuestro suelo,<br />

como la hierba. Lo reencontramos intelectualizado en los libros. Nos lo retorna Chateaubriand y<br />

Bernardino <strong>de</strong> Saint Pierre estilizado, como la civilización nos <strong>de</strong>vuelve en amanerados bombones el<br />

áspero cacao <strong>de</strong> nuestras selvas. América que hasta entonces solamente había recibido, comienza a<br />

dar. Se establece una verda<strong>de</strong>ra compenetración entre ambos continentes. Poco a poco la curiosidad<br />

se torna hacia el Atlántico. Europa, <strong>de</strong> simple here<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> una cultura extraordinaria que <strong>de</strong>scubrió<br />

el Renacimiento, pasa a ser maestra <strong>de</strong> pueblos jóvenes. Al contacto <strong>de</strong> América se universaliza. Lo<br />

regional se hace cosmopolita. Encuentra Europa su verda<strong>de</strong>ro sentido clásico. El centro <strong>de</strong> la cultura<br />

se traslada <strong>de</strong> Italia a Francia. No sin razón dijo Goethe, al presenciar la <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> los prusianos en<br />

Valmy, que se iniciaba una nueva era. Ciertamente hasta entonces el Viejo Continente no se había<br />

dado cuenta <strong>de</strong> que representaba un valor clásico para pueblos jóvenes que estaban pendientes <strong>de</strong> él.<br />

El romanticismo va a <strong>de</strong>scubrirlo. Stendhal tiene razón cuando dice que «el c<strong>las</strong>icismo representa el<br />

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