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Introducción general a las obras completas de Andrés Bello

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Poesías<br />

producirse en la faz solamente, sino que brota <strong>de</strong> lo más profundo <strong>de</strong>l alma. Es como una luz que<br />

iluminara, apenas rozando, la superficie <strong>de</strong> <strong>las</strong> cosas.<br />

Las manos <strong>de</strong> <strong>las</strong> Santas sobre <strong>las</strong> te<strong>las</strong> sagradas tienen una placi<strong>de</strong>z incomparable. Las palabras <strong>de</strong><br />

<strong>las</strong> madres para llamar al hijo pequeñito son plácidas. El rostro <strong>de</strong> <strong>Bello</strong> en su ancianidad también<br />

tiene esta plácida ternura. No lo turban secretas marejadas ni futuros temores. Se acerca a la muerte<br />

con la noble serenidad <strong>de</strong>l justo, <strong>de</strong>l hombre que ha cumplido plenamente su tarea, <strong>de</strong>l que ha llenado<br />

todas <strong>las</strong> horas <strong>de</strong> su vida con pensamientos nobles, <strong>de</strong>l que ha hecho <strong>de</strong> la palabra, el supremo don<br />

que ha otorgado Dios a los hombres, un instrumento <strong>de</strong> belleza.<br />

La amistad se acerca a él confiada. No temen <strong>las</strong> nuevas generaciones su presencia. El egoísmo no<br />

pone barreras entre él y los que han <strong>de</strong> reemplazarlo. El camino está abierto por sus manos para los<br />

pies ansiosos. El jardín cultivado para futuras cosechas. Las cartas que recibe le muestran el aprecio<br />

que <strong>de</strong>spertaba. Sonríe ante la muerte porque sabe que algo suyo, su pensamiento, ha <strong>de</strong> sobrevivirlo.<br />

En su ancianidad cosecha el fruto <strong>de</strong> su labor, en palabras <strong>de</strong> afecto sincero.<br />

Un día le llega una carta <strong>de</strong> una ciudad distante <strong>de</strong> América, pero cercana a su corazón, otro día otra<br />

y luego otra. Todas son afectuosas, todas le <strong>de</strong>muestran ternura. No es más suave la caída <strong>de</strong> <strong>las</strong> hojas<br />

<strong>de</strong>l otoño, en un parque silencioso, que la <strong>de</strong> estas cartas en el augusto silencio <strong>de</strong>l escritorio <strong>de</strong> <strong>Bello</strong>.<br />

Todas se amontonan en una gaveta, amorosamente conservadas. Son la historia <strong>de</strong> sus confi<strong>de</strong>ncias<br />

con almas hermanas. He aquí una <strong>de</strong> estas cartas que le dirige Ancízar: «Según me informó el señor<br />

Co<strong>de</strong>cido, con quien he hablado largamente <strong>de</strong> usted, es a Valparaíso a don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bo dirigirle esta carta.<br />

Allá le van, pues, los recuerdos <strong>de</strong> mi cariño, saliéndole al encuentro a oril<strong>las</strong> <strong>de</strong>l mar, gran civilizador,<br />

y pidiéndole algunos minutos <strong>de</strong> su pensamiento para éste su amigo, que, en tenerlo presente, no ce<strong>de</strong><br />

el primer lugar a ningún otro».<br />

Y luego le dice en otra correspon<strong>de</strong>ncia: «Lo tengo a usted por fin a mi lado, y puedo saludarlo todas<br />

<strong>las</strong> mañanas. Muy severo semblante le ha dado el daguerrotipo; pero yo, que siempre recordaré la<br />

expresión <strong>de</strong> bondad esparcida en su fisonomía, procuraré que la fije en el lienzo el artista granadino<br />

al ejecutar el cuadro con que <strong>de</strong>be honrarse nuestra biblioteca nacional. Ahí lo contemplarán con amor<br />

y veneración los numerosos jóvenes que han aprendido a respetar el nombre <strong>de</strong> usted, estudiando el<br />

texto preferido entre nosotros para la enseñanza <strong>de</strong>l <strong>de</strong>recho internacional. Es un antiguo amigo el que<br />

les llevo. ¡Gracias por la con<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> usted, nueva prueba <strong>de</strong>l afecto con que me favorece!»<br />

La expresión <strong>de</strong> bondad que emanaba <strong>de</strong>l rostro <strong>de</strong> don <strong>Andrés</strong> <strong>Bello</strong> produjo la misma afectuosa<br />

impresión al escritor francés Mannequin y al neogranadino Ancízar. Ambos coinci<strong>de</strong>n en parecidas<br />

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