Manual 2 - The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints
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La caridad consiste tanto en hacer como en sentir<br />
Lección 30<br />
Relato Lea o relate la siguiente historia referente a la caridad, que contó el hermano Les Goates<br />
acerca de su propio padre y a la que luego se refirió el obispo Vaughn Featherstone:<br />
“El invierno había llegado temprano aquel año [1918] y congeló gran parte del cultivo de<br />
la remolacha. Mi padre y mi hermano Francis trataban desesperadamente de extraer del<br />
suelo congelado una partida de remolacha por día. Esto les requería roturar la tierra para<br />
extraer las remolachas, despuntarlas, sacudirlas y echarlas, una por una, en el carro,<br />
transportándolas luego hasta la fábrica de azúcar. Aquélla era una tarea lenta y tediosa<br />
debido a la escarcha y a la escasez de obreros, ya que mi hermano Floyd y yo<br />
estábamos cumpliendo el servicio militar. Francis —o Franz, como todos lo<br />
llamábamos— era muy joven todavía para estar en el ejército.<br />
“En tanto se hallaban así entregados a la cosecha del único producto que la familia<br />
cultivaba, una noche, mientras cenaban, nuestro hermano mayor, George Albert, quien<br />
era entonces el superintendente de la Escuela Industrial del Estado en Ogden (Utah, a<br />
unos cien kilómetros de allí), llamó por teléfono con la trágica noticia de que Kenneth, el<br />
hijo de 9 años de nuestro hermano Charles, el director de la escuela de agricultura, había<br />
contraído la temible peste negra y que, después de unas pocas horas de violento<br />
padecimiento, había muerto en brazos de su padre. Mi tío quería saber si mi padre podía<br />
ir hasta Ogden, llevar al niño muerto de vuelta a la casa y sepultarlo en el lote familiar del<br />
cementerio en Lehi (Utah).<br />
“Mi padre puso en marcha su viejo automóvil y partió rumbo a . . . Ogden en busca de<br />
su nieto para luego sepultarlo. Cuando llegó a la casa, encontró a Charles echado sobre<br />
su querido hijito; de sus oídos y nariz brotaba la horrible flema de la peste negra, y<br />
virtualmente hervía de fiebre.<br />
“ ‘Lleva a mi niño a casa’, balbuceó el acongojado padre, ‘deposítalo en el lote familiar y<br />
regresa por mí mañana’.<br />
“Mi padre transportó el cadáver de Kenneth a la casa y le construyó en su propio taller un<br />
pequeño ataúd en el cual mi madre y mis hermanas, Jennie, Emma y Hazel, colocaron<br />
una almohadilla y el forro. Luego, mi padre y Franz, en compañía de dos buenos vecinos,<br />
fueron al cementerio a excavar la fosa. Fallecía tanta gente en esa época que los<br />
sepulcros debían ser excavados por los familiares. Y lo único que se les permitía era una<br />
breve ceremonia dedicatoria del lugar.<br />
“Todos apenas acababan de retornar a la casa cuando sonó nuevamente el teléfono. Era<br />
George Albert (Bert) con otro mensaje aterrador: Charles había fallecido, y dos de sus<br />
preciosas hijitas, Vesta, de 7 años, y Elaine, de 5, estaban enfermas en estado crítico,<br />
mientras que otras dos criaturas, Raeldon, de 4 años, y Pauline, de 3, también habían<br />
contraído el mal.<br />
“La familia Larkin, nuestros buenos primos que eran dueños de la funeraria, pudieron<br />
conseguir inmediatamente un ataúd y traer a Charles en el vagón para equipajes del tren.<br />
Mi padre y Franz transportaron el cadáver desde la estación del ferrocarril y lo colocaron<br />
en el pórtico de la casa para que, en forma improvisada, los vecinos pudieran pasar a<br />
verlo antes de que lo sepultaran. Pero los vecinos tuvieron temor de acercarse al cadáver<br />
de alguien que había sido víctima de la peste negra. Mi padre y Franz habían ido con<br />
algunos vecinos a excavar la fosa y a hacer los arreglos para la ceremonia en la que el<br />
gran y noble espíritu de Charles Hyrum Goates había de encomendarse al cuidado de su<br />
Hacedor.<br />
“Al día siguiente, mi tenaz e invencible padre recibió un llamado más a cumplir otra de<br />
sus tristes misiones: esta vez se trataba de traer a la pequeña Vesta, aquella niña de la<br />
eterna sonrisa, el cabello negro y los grandes ojos azules.<br />
“Cuando arribó a la casa, encontró a Juliett, la amargada madre, de rodillas junto a la<br />
cuna de la pequeña Elaine, aquel ángel de ojos azules y cabellos de oro. Juliett,<br />
sollozando, oraba: ‘¡Oh, Padre Celestial, no te lleves a ésta también, por favor! ¡Deja que<br />
mi pequeñita se quede conmigo! ¡No me quites a otra de mis queridas niñas!’<br />
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