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Manual 2 - The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints

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Relato y análisis Relate la siguiente historia:<br />

Lección 8<br />

Cierto joven tenía dificultad para entender el concepto de la espiritualidad. Sabía que<br />

cuando hacía las cosas debidamente se sentía bien y experimentaba el amor y la paz en<br />

su corazón. También sabía que cuando las hacía mal, no se sentía muy bien. Sabía<br />

asimismo lo que significa sentir la tentación de hacer las cosas mal aun cuando<br />

reconocía que eran erróneas, pero a veces, pese a ello, obraba mal de todos modos, y<br />

después, se sentía avergonzado y peor de lo que se había sentido antes.<br />

Un domingo, el espíritu reinante en las reuniones de la Iglesia fue tan poderoso y<br />

edificante que decidió tratar de ser mejor, de hacer el bien y de sentirse siempre tan bien<br />

como se sentía en aquel momento.<br />

El joven regresó a su casa y decidió preguntarle a su abuelo, a quien respetaba y<br />

admiraba, qué podría hacer una persona joven como él para desarrollar la espiritualidad.<br />

El sabio abuelo pensó acerca de su nieto; había pasado mucho tiempo desde que había<br />

tratado honradamente de ver la vida desde el punto de vista de un joven de catorce<br />

años. Pero al meditar sobre ello, se encontró recordando y volvió a vivir en la memoria su<br />

juventud.<br />

“Recuerdo cuando mi cuerpo empezó a cambiar”, dijo su abuelo. “Recuerdo haber<br />

tenido un sinnúmero de diversos sentimientos y preocupaciones. Algunas veces no me<br />

llevaba muy bien con mis padres. Había ocasiones en las que no sabía qué debía sentir<br />

ni cómo actuar. Y también solía preocuparme bastante. En aquel entonces mi padre<br />

compró un nuevo caballo para el trabajo de la granja y me dio la responsabilidad de<br />

entrenar y trabajar con este magnífico animal. Como yo era su hijo mayor, mi padre me<br />

dijo que él sabía que yo podía aprender a manejarlo. Allí estaba yo, con mis cincuenta<br />

kilos de peso y el caballo con sus ochocientos kilos. Mi padre me recordó que mientras<br />

yo estuviera al mando del animal y éste lo supiera, entre ambos podríamos hacer<br />

trabajos que ninguno de los dos estaría en condiciones de hacer por sí solo. Juntos<br />

podríamos arar y escardar la tierra y transportar los abastecimientos para la familia.<br />

“Recuerdo haber trabajado día tras día con aquel inmenso animal, al que llegué a<br />

conocer muy bien. Al principio se resistía a mis esfuerzos de hacerle obedecer, y hacía<br />

todo lo posible por salirse con la suya, pero las palabras de mi padre estaban siempre en<br />

mi mente: ‘Hijo, jamás dejes al caballo hacer algo que tú sabes que no debe hacer.<br />

Nunca le permitas que se salga con la suya, a menos que sea lo que tú quieres que<br />

haga. Si el caballo llega a suponer que es él quien manda, estás perdido’. Comprobé<br />

que yo tenía todo el equipo necesario para trabajar con el animal: riendas, arreos, fajas y<br />

montura. Todas esas cosas contribuían pero no darían resultado si no implantaba<br />

disciplina y obediencia en el animal. Era imprescindible que yo estuviera al mando de la<br />

situación y que el caballo aprendiera a aceptarlo. Al trabajar con el animal, éste aprendió<br />

lo que se esperaba de él y lo que era permitido y lo que no lo era. Llegamos a ser<br />

buenos amigos, pero ambos sabíamos quién estaba al mando”.<br />

• ¿Qué comparaciones piensan ustedes que hizo el abuelo entre él mismo y su caballo,<br />

y el espíritu y el cuerpo?<br />

“Un día, al estar arando un campo, me puse a meditar acerca de todo lo que este caballo<br />

y yo lográbamos al trabajar juntos. Entonces se me ocurrió pensar en lo que yo tendría<br />

que hacer, durante mi juventud, para lograr grandes cosas cuando llegara a ser hombre.<br />

Comprendí que mi espíritu era como yo, constantemente tratando de hacer que mi<br />

cuerpo, el cual se comparaba al caballo, hiciera lo que es correcto y mejor. Cuando<br />

permitía que el cuerpo se saliera con la suya, nada me salía bien. Era como permitirle al<br />

caballo que hiciera lo que quisiera sin tener yo un buen control de las riendas. Cuando el<br />

cuerpo y el espíritu trabajaban juntos, siempre que el espíritu tuviera el control de la<br />

situación, estaba en condiciones de hacer mucho y de sentirme bien. A veces mi cuerpo<br />

quería comer, decir o hacer cosas que yo sabía en mi interior que no eran buenas.<br />

Parecía que mi espíritu me decía cuándo y cuánto, y aun si estaba bien o no hacer algo,<br />

y siempre que escuchaba y obedecía a mi espíritu, me sentía bien.<br />

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