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Carta a los Romanos<br />
• Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rom 5)<br />
Cuantas veces medito la carta a los Romanos con sus antítesis pecado-gracia,<br />
obediencia-desobediencia, primer Adán-segundo Adán, mi<br />
mente vuela al segundo Adán, Cristo. El primer Adán entra en el mundo<br />
ya adulto con la obsesión de tener y más tener, cayendo en la tentación de<br />
querer ser como Dios. Y ahí está Milton con su poema «El Paraíso Perdido»<br />
haciéndonos tomar conciencia del primer pecado. Recorremos los campos<br />
de batalla y todas las víctimas de la guerra al unísono exclaman: somos<br />
fruto del pecado de Adán y Eva...; entramos en los cementerios y<br />
todos los muertos en el silencio del sepulcro parecen decir: somos frutos<br />
del pecado de Adán y Eva...; visitamos las salas de nuestros hospitales y<br />
los enfermos retorciéndose en su dolor gimen: son los frutos de Adán y<br />
Eva. Pero allí en el Paraíso a la desobediencia del primer hombre, el cielo<br />
responde con un rayo de esperanza: vendrá un segundo Adán, Cristo<br />
nuestro Salvador.<br />
No entra adulto en la vida, sino Niño en Belén, en quien los Magos y<br />
Pastores descubren al Niño Dios. Y así parece verlo Miguel Ángel al presentar<br />
su gran obra «La Piedad»: ha puesto en brazos de la Virgen el cuerpo<br />
tan limpio de Jesús, que parece el cuerpo de un niño. Y es que por la<br />
desobediencia de un solo hombre todos somos pecadores, y por la obediencia<br />
de otro hombre todos somos justos.<br />
• Revistámonos de las armas de la luz (Rom 13)<br />
De joven se grabó en mi mente este capítulo 13 de los Romanos, al<br />
escuchar a un sacerdote que con elegancia y sencillez nos presentaba la<br />
semblanza de San Agustín. Contaba que en el proceso de su conversión<br />
oía una voz que le decía: Agustín, toma y lee. Cogió la Biblia y se abrió<br />
por este capitulo 13. Mira, Agustín, ya es hora de que dejes atrás esa juventud<br />
desastrosa y esas ideas neoplatónicas. Encuéntrate contigo mismo,<br />
¡cambia! Deja las obras de la noche y vive el día pleno de la gracia,<br />
revistiéndote de nuestro Señor Jesucristo. La noche a veces es la hora de<br />
las tinieblas, del botellón, de la juerga, del pecado, mientras el sol en pleno<br />
día hace que las piedras despidan fuego. Por eso, Agustín, representa<br />
bien el papel de Jesucristo en el gran teatro del mundo. Como gran actor<br />
estudió su papel, se identificó con su personaje y lo representó a la perfección.<br />
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