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CARTA A LOS COLOSENSES<br />
<strong>Presentación</strong><br />
Carta a los Colosenses<br />
La ciudad de Colosas estaba situada en Frigia, a unos 180 km de<br />
Éfeso y a 16 de Laodicea. Rica en el siglo IV antes de Cristo y casi pequeño<br />
villorrio en tiempos de San Pablo. En el año 65 después de Cristo un<br />
terremoto la arrasó por completo. Se distinguió por su industria lanera.<br />
De estas tierras eran Epafras y Filemón. Epafras, convertido al Cristianismo<br />
en Éfeso por San Pablo, creó esta comunidad, compuesta por paganos<br />
y algunos judíos, aunque podemos considerar a Pablo como padre de<br />
estos creyentes. Informado Pablo por Epafras del peligro de las graves<br />
desviaciones provocadas por falsos maestros, escribe esta carta en el año<br />
62 desde su cautiverio en Roma, dentro del marco epistolar, pero con estilo<br />
retórico. Frente a la difusión de errores, basados en la doctrina de los<br />
judaizantes, en el papel preponderante de los ángeles sobre Cristo y en<br />
los ritos y ascetismo rígido para ganarse su beneplácito, con esa mezcla<br />
de elementos cristianos, judíos y misticismo astral asiático, con firmeza<br />
reivindica el lugar de Cristo en la creación y redención. Durante sus años<br />
de prisión en Éfeso, Cesarea y Roma tiene tiempo para profundizar en el<br />
misterio de Cristo, y con ocasión de las herejías difundidas en Colosas,<br />
que situaban a Cristo simplemente entre las numerosas potencias celestiales,<br />
pone los puntos sobre las ies, situando a Cristo en el corazón del<br />
universo –el «Cristo cósmico»- y de la Iglesia –»Cabeza del Cuerpo místico»<br />
-; con respecto a Dios aparece como el Hijo en quien reside la plenitud<br />
de la divinidad, y con respecto al mundo como aquél por y para quien ha<br />
sido hecho todo. Y como nada se escapa de la influencia de Cristo, en<br />
tanto que como hombres de resurrección construimos la ciudad terrena,<br />
estamos también construyendo misteriosamente el Reino de Dios.<br />
Tras una breve introducción o exordio con el saludo, acción de gracias<br />
y la oración por los cristianos(1,1-14), pasa a presentar, en la primera<br />
parte, doctrinal, el misterio de Cristo como Creador y Redentor, ese bello<br />
himno cristológico que con fuerza sonaba en las asambleas litúrgicas (1,15-<br />
2,23). Y en la segunda parte - parenética, moral - expone las exigencias de<br />
la vida cristiana en sus diversos estados, desde una perspectiva bautismal<br />
(3,1-4,1). Termina, a modo de peroración, motivándonos a orar y vigilar<br />
de cara a nuestra perseverancia y a nuestro espíritu misionero (4,2<br />
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