siderarse sino como causas secundarias lasdiferentes complicaciones que sobrevinieronen los últimos días de su enfermedad,tales como la arachnoides y la neurosis de ladigestión, cuyo signo principal era un hipocasi continuo; y ¿quién no sabe por otraparte que casi siempre se encuentra algunairritación local extraña al pecho en las tisiscon degeneración del parénquima pulmonar?Si se atiende a la rapidez de la enfermedaden su marcha, y a los signos patológicosobservados sobre el órgano de la respiración,naturalmente es de creerse que causas particularesinfluyeron en los progresos de estaafección. No hay duda que agentes físicosocasionaron primitivamente el catarro delpulmón, tanto más cuanto que la constituciónindividual favorecía el desarrollo de estaenfermedad, que la falta de cuidado hizo másgrave; que el viaje por mar que emprendióel Libertador con el fin de mejorar su salud,le condujo al contrario a un estado de consuncióndeplorable, no se puede contestar;pero también debe confesarse que afeccionesmorales vivas y punzantes como debían serlas que afligían continuamente el alma delGeneral, contribuyeron poderosamente aimprimir en la enfermedad un carácter derapidez en su desarrollo, y de gravedad en lascomplicaciones, que hicieron infructuososlos socorros del arte.Debe observarse a favor de esta aserción,que el Libertador, cuando el mal estaba ensu principio, se mostró muy indiferente a suestado, y se denegó a admitir los cuidadosde un médico; S. E. mismo lo ha confesado;era cabalmente en el tiempo en que sus enemigosle hartaban de disgustos y en el queestaba más expuesto a los ultrajes de aquellosque sus beneficios habían hecho ingratos.Cuando S. E. llegó a Santa Marta, bajo auspiciosmucho más favorables, con la esperanzade un porvenir más dichoso para la patria,de quien veía brillantes defensores entre losque le rodeaban, la naturaleza conservadoraretornó sus derechos; entonces pidió conansias los socorros de la medicina. Pero ¡ah!Yo no era tiempo! El sepulcro estaba abiertoaguardando la ilustre víctima, y hubiera sidonecesario hacer un milagro para impedirledescender a él. San Pedro. Diciembre 17 de1830, a las ocho de la noche.Alejandro Próspero Reverend.Acabada la autopsia del cadáver, que fuetrasladado sobre la marcha de la quinta deSan Pedro a la casa que primero habitó elGeneral Bolívar en Santa Marta, fue menesterproceder a su embalsamamiento. Pordesgracia estaba enfermo el único boticarioque había en la ciudad. Muy escasas fueronsi no faltaron, las preparaciones que se usanen semejante caso hallándome solo parapracticar esa operación. Se me hizo muylaboriosa la tarea, máxime cuando se mehabía limitado un corto tiempo, y que estetrabajo se hacía de noche. Así es que no seconcluyó sino cuando era ya de día. Yo ibaa retirarme para descansar de tantas fatigasy desvelos, cuando el señor Manuel Ujueta,a la sazón jefe político, me hizo presente quenadie en la casa era capaz para vestir el cadáver,y a fuerza de empeño me comprometióa desempeñar esta última y triste función.Entre las diferentes piezas del vestido quetrajeron se me presentó una camisa que yoiba a poner, cuando advertí que estaba rota.No pude contener mi despecho, y tirando dela camisa, exclamé: «Bolívar, aun cadáver,no viste ropa rasgada; si no hay otra, voy amandar por una de las mías». Entonces fuecuando me trajeron una camisa del GeneralLaurencio Silva que vivía en la misma casa.176 poliantea
‡CULTURAEn primer lugar esta penuria puede sorprendery molestar a la vez a los que simpatizancon el Héroe Colombiano; pero impresióntan penosa se desvanece muy pronto, cuandose considera que esta misma escasez hastaen sus recursos pecuniarios era el resultadode los innumerables sacrificios que nuncaexcusó el Libertador para dar patria a unascuantas nacionalidades de Sur América, ysirve más bien para glorificar y popularizarel nombre de Bolívar.Sin embargo le acusaron sus enemigosde aspiraciones a ser tirano de sus conciudadanos.Entre los papeles que por disposicióntestamentaria mandó el Libertador se quemaranme fue enseñado uno, el único que elseñor Pavageau apartó para sí, y era un acta orepresentación de varios sujetos, cuya firmarecuerdo muy bien y tal vez conocida por loscontemporáneos de la época si estuvieranvivos, en la cual proponían al Libertador quese coronase. Bolívar rechazó la tal proposiciónen estos términos: «Aceptar una corona,sería manchar mi gloria; más bien prefieroel precioso título de primer ciudadano deColombia». Estas palabras afirmo comohombre de honor haberlas visto estampadasen este documento, que no se publicó paracumplir con las órdenes del Libertador, ytambién para no comprometer las firmas delos autores de la proposición.Detalles muy interesantes ocurridos entre elLibertador y su médico de cabeceraEl 1º de diciembre de 1830 desembarcóya de noche, S. E. el Libertador SimónBolívar, haciéndole la población de SantaMarta un recibimiento si no pomposo, a lomenos muy simpático, como lo manifestabanlas muestras de respeto y las aclamacionesque le acompañaron hasta la casapreparada para su habitación. Esta cordialacogida desvaneció sin duda si él se acordarade ellas, las preocupaciones infundadasque, según dichos, traía contra lossamarios antes y en tiempo que en vista deeste puerto él transitaba desde Venezuela abordo de la escuadra a órdenes de los generalesSalón y Clemente (junio de 1827).Introducido poco después por el generalMariano Montilla cerca al augustoenfermo, cuyo rostro pálido, enflaquecido,cuya inquietud y agitación continuas en sucama indicaban violentos padecimientos,me sentí fuertemente conmovido, y no mefue difícil conocer a la simple vista lo gravede la enfermedad. Por el rango y prestigiodel sujeto se acrecentaban en mi ánimo lasdificultades para emprender una cura queme parecía tan asombrosa. Sin embargo mealentó el modo benigno con que me trató elLibertador, diciéndome que por un amigosuyo, el señor Juan Pabageau en Cartagenasabía que podía tener confianza en mí, y que,a pesar de su repugnancia a los auxilios dela medicina, él tenía la esperanza que yo lepondría bueno por ser su cuerpo virgen enremedios (sic). En esta primera conversaciónque tuvo lugar ya en castellano, ya enfrancés, me enteré que él había desdeñadola asistencia de los médicos al principio desu enfermedad, que comenzó por un catarroen Cartagena, curándose él mismo comolo acostumbraba, mediante un tratado dehigiene que siempre conservaba consigo; yque él había venido embarcado para desocuparsu estómago cargado de bilis por mediodel mareo, así como lo logró. Error funesto,pues estas violentas contracciones del estómagoirritaron y fatigaron su temperamentoesencialmente nervioso, aumentando másbien la flogosis de los pulmones.poliantea 177
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