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Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero

Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero de John Maynard Keynes publicado en 1936

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C A P ÍT U L O 1 6

ESPECIALES OBSERVACIONES SOBRE LA NATURALEZA

DEL CAPITAL

U n a c t o de ahorro individual significa —por decirlo así— el propósito

de no comer hoy; pero no supone la necesidad de tomar

una decisión de comer o comprar un par de botas dentro de una

semana o de un año o de consumir cualquier cosa concreta en

fecha alguna determinada. De este modo deprime los negocios

de la preparación de la comida de hoy sin estimular los que preparan

algún acto futuro de consumo. No es una sustitución de

la demanda de consumo presente por demanda de consumo futuro,

sino una disminución neta de la primera. Más aún, la expectativa

de consumo futuro se basa en tal medida en la experiencia

actual del consumo presente que una reducción de éste

probablemente deprima al otro, con el resultado de que el acto

de ahorro no solamente abatirá el precio de los artículos de consumo

dejando inafectada la eficiencia marginal del capital existente,

sino que en realidad puede tender también a deprimir la

última. En este caso puede reducir la demanda de inversión actual

lo mismo que la de consumo presente.

Si el ahorro consistiera no solamente en abstenerse de consumir

en el presente, sino en situar simultáneamente una orden

específica para consumo posterior, el efecto podría ser distinto;

porque en tal caso la expectativa del futuro rendimiento de la

inversión mejoraría y los recursos liberados de la preparación del

consumo presente [210] podrían trasladarse a la del futuro. No

que fueran necesariamente, aun en este caso, de una escala igual

al monto de los recursos liberados; ya que el intervalo deseado

de espera podría requerir un método de producción tan desfavorablemente

“indirecto” que tuviera una eficacia bastante inferior

a la tasa corriente de interés, con el resultado de que el efecto

favorable sobre la ocupación del pedido hecho para consumo futuro

no acontecería en seguida, sino en alguna fecha posterior;

de tal manera que la consecuencia inmediata del ahorro seguiría

siendo adversa a la ocupación. De todos modos, sin embargo, una

decisión individual de ahorrar, de hecho no significa hacer un

pedido concreto para consumo posterior, sino simplemente la cancelación

de uno presente. Así, desde el momento que la expec-

I

N ATL'RALEZA DEL C A P IT A L 189

tativa de consumir es la única razón de ser de la ocupación, no

debería haber nada de paradójico en la conclusión de que la

baja de la propensión a consumir tenga, ceteris paribus, un efecto

deprimente sobre la ocupación.

La dificultad nace, pues, porque el acto de ahorro supone no

una sustitución del consumo presente por algún consumo adicional

concreto cuya preparación requiera inmediatamente tanta actividad

económica como se necesitaría para el consumo actual

igual en valor a la suma ahorrada; sino un deseo de “riqueza”

como tal, es decir, de la potencialidad de consumir un artículo

no especificado en fecha indeterminada. La idea absurda, aunque

casi universal, de que un acto de ahorro individual es precisamente

tan bueno para la demanda efectiva como otro de consumo

también individual ha estado alimentada por la falacia mucho

más especiosa que la conclusión de ella derivada, de que un deseo

mayor de conservar riqueza, siendo en gran parte la misma

cosa que un mayor deseo de mantener inversiones, debe al aumentar

la demanda de inversión, ser estimulante de la producción respectiva;

de modo que la inversión corriente es promovida por el

ahorro individual en la misma medida que disminuye el consumo

actual. [211]

Es muy difícil desarraigar esta falacia de la mente de los hombres.

El engaño proviene de creer que el propietario de riqueza

desea un bien de capital por sí mismo, cuando en realidad lo que

efectivamente desea es su rendimiento probable. Ahora bien, el

rendimiento probable depende enteramente de la expectativa de

la futura demanda efectiva que habrá en relación con las futuras

condiciones de la oferta. Por tanto, si un acto de ahorro no hace

nada por mejorar el rendimiento probable, tampoco lo hará para

estimular la inversión. Más aún, con el fin de que un individuo

que ahorra pueda alcanzar su deseada meta de posesión de riqueza,

no es necesario que se produzca un nuevo bien de capital para

satisfacerlo. El mero acto de ahorrar realizado por un individuo,

siendo de dos caras, como hemos demostrado antes, obliga a algún

otro individuo a transferirle alguna otra riqueza, vieja o nueva.

Cada acto de ahorro implica una transferencia “forzada” inevitable

de riqueza a quien ahorra, aunque él, a su vez, puede sufrirlas

consecuencias del ahorra de otros. Estas transferencias de riqueza

no requieren la creación de otra nueva —en realidad, como

lo hemos visto, pueden ser enemigas activas de ella—. La creación

de riqueza nueva depende completamente de que su rendimiento

probable alcance el nivel establecido por la tasa corriente de in-

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