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Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero

Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero de John Maynard Keynes publicado en 1936

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3 1 6 BREVES CONSIDERACIONES

tasa de nuevas inversiones compatible con la ocupación plena.

El gravamen real sugerido por Gesell era del 1 por mil semanario,

equivalente a 5.2 por ciento anual. Esto sería demasiado alto

en las condiciones existentes, pero la cifra correcta, que habría de

ser modificada de tiempo en tiempo, sólo podría lograrse por

tanteo.

La idea base del dinero sellado es sólida. Es posible, ciertamente,

que pudieran encontrarse medios de aplicarla en la práctica

en corta escala; pero hay muchas dificultades con las que

Gesell no se encaró. Especialmente, no había advertido que el dinero

no es el único bien que tiene la propiedad de llevar consigo

una prima de liquidez, sino que difería solamente en grado de

muchos más, derivando su importancia de la posesión de una prima

de liquidez mayor que cualquier [357] otro. En esta forma, si

se había de privar a los billetes circulantes de dicha prima por el

sistema de resello, habría gran cantidad de sucedáneos que le pisarían

los talones —dinero bancario, deudas a la vista, dinero extranjero,

alhajas y metales preciosos en general, y así sucesivamente—.

Como antes dije, ha habido épocas en las que probablemente

fue la sed insaciable de posesión de tierra, independientemente

de su rendimiento, lo que sirvió para sostener la tasa de interés

—aunque bajo el sistema de Gesell esta posibilidad habría

sido eliminada por la nacionalización de la tierra. VI

VII

Las teorías que hemos examinado antes se refieren en esencia, al

elemento formativo de la demanda real que depende de la suficiencia

del aliciente para invertir. No es nuevo, sin embargo, achacar

los males de la desocupación a la insuficiencia del otro elemento

constitutivo, es decir, la cortedad de la propensión a consumir.

Pero esta explicación alternativa de las dolencias económicas

contemporáneas —igualmente impopulares con los economistas

clásicos— representó un papel mucho menos importante

en el pensamiento de los siglos xvi y xvu y sólo ha cobrado fuerza

en épocas recientes.

Aunque la queja del subconsumo era un aspecto muy subsidiario

del pensamiento mercantilista, el profesor Heckscher cita

buen número de ejemplos de lo que llama la “idea tan arraigada

sobre la ‘utilidad de la abundanica’ y el daño del ahorro. En

efecto, el ahorro era considerado como la causa de la desocupación,

y esta concepción obedecía a dos factores: de una parte se

MERCANTILISMO, USURA, DINERO, SUBCONSUMO 317

entendía que la masa de dinero que no entraba en el cambio disminuía

la renta real; de otra parte, se creía que el ahorro retiraba

de la circulación el dinero ahorrado”.20 En 1598 Laflemas (Les

Trésors et richesses pour mettre l’Estat en splendeur) acusó a los

impugnadores del uso de [358] sedas francesas, sosteniendo que

todos los compradores de artículos de lujo franceses creaban un

modo de vivir para los pobres, en tanto' que los avaros los hacían

morir en la miseria.30 En 1662 Petty justificó las “diversiones, los

espectáculos suntuosos, los arcos triunfales, etc.”, apoyándose en

que sus costos entraban en los bolsillos de cerveceros, panaderos,

sastres, zapateros y otros. Fortrey justificó el “exceso de indumentaria”.

Von Schrótter (1686) atacó los reglamentos suntuarios y

declaró que desearía que hubiera todavía más exhibición de vestidos.

Barbón (1690) escribió que “la prodigalidad es un vicio

perjudicial al hombre, pero no al comercio... la avaricia es un

vicio, perjudicial tanto al hombre como al comercio.”31 En 1695

Cary afirmó que si todo el mundo gastara más, todos obtendrían

mayores ingresos “y podrían, por tanto, vivir mejor”.32

Pero como más se popularizó la opinión de Barbón, fue a través

de la Fábula de las abejas de Bernard Mandeville, un libro

convicto de ser una indecencia por el gran jurado de Middlesex

en 1723 que se destaca en la historia de las ciencias morales por

su escandalosa reputación. Solamente se tiene memoria de un hombre

que haya hablado bien de él, el Dr. Johnson, quien declaró

que no le dejaba perplejo, sino “le abría los ojos considerablemente

a la vida real”. La naturaleza de la malignidad del libro

puede apreciarse mejor por el sumario de Leslie Stephen en el

Dictionary of National Biography:

M andeville infirió u n a gran ofensa con esta obra, en la que se hizo atractivo

u n sistem a cínico de m oralidad p o r m edio de ingeniosas paradojas. .. Su

doctrina de que la prosperidad se aum entaba por los gastos* m ás que por los

ahorros se puso al lado de m uchas falacias económicas populares todavía no extinguidas.33

Suponiendo, con los [359] ascetas, q u e los deseos hum anos eran

20 Heckscher, op. cit., vol. n, p. 208.

30 Op. cit., vol. n, p. 290.

31 Op. cit., vol. ii, p. 291. [La traducción al español está equivocada en esta

transcripción.]

82 Op. cit., vol. ii, p. 209.

83 En su Histoiy of English Thought in the Eighteenth Century, Stephen escribió

(p. 297) al hablar del “sofisma hecho célebre por Mandeville”, que “la completa

refutación del mismo está en la doctrina —tan raramente entendida que su

completa comprensión es, quizá, la mejor prueba para un economista— de que la

demanda de bienes no es demanda de trabajo” .

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