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RDB-JULIO-2021

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convirtió espontáneamente en una acción de masas. En mi perspectiva,

este es el punto decisivo.

A lo que asistimos en París durante estas tres semanas es al

resurgimiento y al retorno súbitos de una tradición. Se trata de una

tradición revolucionaria, en este caso, que no se manifestaba en Europa

desde comienzos de los años 1920. Hemos observado la intensificación

y el crecimiento espontáneos de las manifestaciones, que pasaron de la

construcción de las barricadas a la ocupación de edificios (primero

edificios universitarios, luego teatros, fábricas, aeropuertos, estaciones

de televisión, etc.). Ocupación no protagonizada ya por los estudiantes,

sino por trabajadores y empleados de estas instituciones y empresas

que empezaron a sumarse paulatinamente.

En un primer momento, todo el movimiento de protesta fue condenado

por los sindicatos que dirigen los comunistas y por su

periódico, L’Humanité. No solo desconfiaban de los estudiantes; los

denigraron, y se acordaron de repente de la lucha de clases, a la que el

Partido Comunista mantiene en frío desde hace mucho tiempo —

décadas—, y acusaron a los estudiantes de ser tan solo unos niños

burgueses.

No querían tener ningún vínculo con estos niños burgueses, y no

estaban dispuestos a aceptar órdenes de ellos. Esta actitud es

comprensible si se considera que la oposición estudiantil se expresó

desde un comienzo —volveré sobre esto—, no solo contra la sociedad

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