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RDB-JULIO-2021

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u otro tipo de vivienda, las y los futuros compradores generarán un gasto

que supera ampliamente sus ingresos corrientes, por lo que solicitarán

a sus bancos préstamos hipotecarios. A cambio, tendrán que

comprometer una parte de sus ingresos durante los próximos años o

décadas. Por lo tanto, un préstamo hipotecario constituye una promesa

de trabajo a largo plazo, e incluso de ingreso, lo que ya es en sí un

problema si tenemos en cuenta que la economía capitalista neoliberal

está en crisis perpetua y que, en este contexto, una promesa de ingresos

para los próximos años es en gran medida materia de especulación, con

independencia de las propias intenciones de las y los deudores. En

efecto, éstas y estos son incapaces de controlar los efectos de una crisis

económica sobre su trabajo y sus ingresos, como lo demuestra la

situación de millones de deudores insolventes después de la crisis de

2007-2008; y la situación actual vinculada a la pandemia de la Covid-19

podría ser igualmente problemática para los hogares deudores. Si,

además, las y los futuros compradores no tienen más remedio que

endeudarse para pagar la vivienda, nos inclinamos a considerar sus

deudas como ilegítimas (García-Lamarca, M. y Kaika M., 2016).

Dado que los mercados de alquiler en la mayoría de las ciudades

europeas se han vuelto altamente competitivos, incluso saturados,

discriminatorios, caros y no regulados, con ofertas no siempre adaptadas

a las circunstancias de vida o a las formas de vivir, la compra aparece

como una alternativa. Ésta pretende ofrecer la posibilidad de una

vivienda digna, adaptada o adaptable, asequible, regulada y no

excluyente. Sin embargo, las cosas no siempre son tan sencillas. Para

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