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RDB-JULIO-2021

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se retiró del Abierto de Francia tras negarse por problemas de salud

mental a dar una rueda de prensa obligatoria. El escritor deportivo

conservador Joe Kinsey se burló de Osaka por seguir haciendo

apariciones selectas en los medios de comunicación, incluida una sesión

de fotos para la portada de la edición de trajes de baño de Sports

Illustrated, mientras seguía negándose a las entrevistas obligatorias

después de los partidos.

El odio, o al menos el escepticismo, hacia Osaka y Biles lleva implícita la

idea de que los deportistas nos deben algo a nosotros, los aficionados,

los espectadores, la nación. La sociedad ha proyectado durante mucho

tiempo en los atletas una visión aspiracional del espíritu humano, capaz

de trascender las propias leyes de la física y alcanzar la grandeza. Como

Prometeo, su tarea es capturar algo de lo divino y dejar que los simples

mortales nos deleitemos con ello. Ver a una gimnasta de talla mundial

como Simone Biles nos enseña a creer, nos inspira a alcanzar lo

excepcional en nuestras propias vidas.

Por muy poderosa que sea esta narrativa, trata a los atletas como una

fusión de dioses, símbolos y soldados, en lugar de lo que son: personas

reales con sus propias necesidades y defectos humanos. En un nivel

fundamental, un atleta -incluso un GOAT [Greatest Of All Time”,] como

Simone Biles- es un trabajador del entretenimiento. Un trabajador del

entretenimiento de gran talento y bien remunerado, sin duda, pero si el

atleta divino no cumple con las expectativas imposibles que se le

imponen, se le trata poco mejor que a un camarero cuya propina ha sido

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