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RDB-JULIO-2021

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después, fue a Ruanda, para el regreso de los Hutus del Congo que no

tenían adónde ir. ONU los obligaba a volver. Ruanda 1995.

El planeta entero parecía una tienda de refugiados, figura S. S. La

autoridad Tutsi lo invitó a verificar lo ocurrido. Los que se escondieron

en una iglesia, asesinados. Recuérdese Bojayá: los hechos no sucedieron

como la historia oficial relata: un alto militar actuó en connivencia con

los paras a fin de que el desenlace se le atribuyera a la guerrilla. Congo

1997. De los que dejaron Ruanda, dos millones de personas, una parte

volvió allá, pero otra, unas 250 mil personas, temiendo la represión,

abandonaron Goma y se escondieron en el bosque del Congo. Más tarde,

aparecieron 40 mil: 210 mil seguían perdidas. Seis meses después,

empezaron a aparecer por Kisangani. El Alto Comisionado de la ONU

llevó allí a S. S.

En medio de tanta muerte, la vida seguía. En la selva, un hombre corta

el pelo, en ausencia de la vanidad, quizás porque no cabe allí. Por eso,

la siguiente toma estruja no solo a S. S. sino a los espectadores de La

sal de la tierra, que son, justo, las personas, los seres humanos. Así, un

angoleño, cuya mirada es de judío, recoge los dólares de la gente, sus

divisas para cambiarlas. No estaba ahí para otra cosa: “¡En medio de la

nada! […] de un bosque aislado de todo”, recuerda S.S. De pronto, la

guerrilla de Kisangani, pro-Tutsi, comenzó a echar a toda esa gente.

Vagaron otro semestre para volver a Ruanda. Muchos fueron

asesinados, otros a delirar, unos más se volvieron locos, como los

caballos del jardín monárquico de Kuwait.

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