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RDB-JULIO-2021

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Esas eran sus plantas, hasta que murió. Luego, las cuidó su padre hasta

que… La tierra del Instituto es clave para su familia, dice S. S.

refiriéndose también a sus ‘parceiros’. Así cierran un ciclo, en el que

transcurrió ‘nuestra vida’. Hoy vuelven a añadir sus vidas, a todo ello:

“Sigue siendo nuestra historia”. Formó parte del ayer y ahora del hoy.

“Y el día que yo muera dejaremos aquí la selva que había un poco antes

de que yo naciera”. Al hacer este recuento, habla en portugués, ya no

en francés.

“El hombre cuyas fotografías nos han contado miles de historias sobre

nuestro planeta, nos deja una gran historia y un gran sueño: la

destrucción de la Naturaleza se puede revertir. Más de mil fuentes de

agua vuelven a regar el ‘Instituto Terra’. Ya hay plantados 2.5 millones

de árboles. La fauna regresó, incluso los jaguares. La tierra ya no es de

los Salgado, sino Parque Nacional que pertenece a todo el mundo. Se

demuestra que las tierras devastadas de cualquier lugar pueden volver

a ser bosques”. En conclusión, La sal de la tierra son esos mismos

hombres que la devastan y frente a los cuales S. S. pone un espejo en

el que deben verse para rectificar su error. Su trabajo no sería tan visible

sin el aporte ni la compañía en soledad de su mayor aliado, Lélia Wanick.

Igual que por la solidaridad callada, por distintos motivos, de Juliano y

Rodrigo, quienes, desde orillas complementarias, no opuestas, han

alimentado su pasión por un oficio del cual no pocas veces quiso recular;

si no jamás habría exclamado, no preguntado: “¡Cuántas veces tiré al

suelo la cámara para llorar por lo que veía!” S. S. demuestra que no hay

por qué agradecer las migajas que con violenta calma tiran empachados

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