Descarga en formato PDF (1,9 MB) - Centro Ramón Piñeiro para a ...
Descarga en formato PDF (1,9 MB) - Centro Ramón Piñeiro para a ...
Descarga en formato PDF (1,9 MB) - Centro Ramón Piñeiro para a ...
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Realidad que nos quier<strong>en</strong> hacer creer que es todo lo que hay, pero es m<strong>en</strong>tira. Tú<br />
has vislumbrado otro mundo, tú has acercado “os beizos a vasos máis fondos”. A ti<br />
no te han podido <strong>en</strong>gañar con sustitutos. El amor sabe distinguir aunque se <strong>en</strong>gañ<strong>en</strong><br />
los amantes: “Non, a forza do noso amor non pode ser inutle!”.<br />
Cada vez que durante estos últimos v<strong>en</strong>titrés años –junto con Agustín–<br />
hemos ido a Compostela he hecho por verte. No siempre ha sido posible. Recuerdo<br />
que cuando te pres<strong>en</strong>té a Agustín le dije, aquí Uxío de O Caurel, que me <strong>en</strong>señó<br />
la música de los montes con su mejor letra. Nos gustó verte allí <strong>en</strong> algún recital con<br />
los amigos (Galín, Lixo, Jorge Cuña, Carlos Oroza, Amancio...), unas veces arriba<br />
<strong>en</strong> el esc<strong>en</strong>ario con nosotros recitando, otras veces abajo <strong>en</strong>tre la g<strong>en</strong>te, como uno<br />
más, disfrutando de los versos y la voz viva de nuestra herida común. Pero yo quisiera<br />
hablarte hoy de más atrás todavía. De algo perdido <strong>en</strong> la noche de los tiempos,<br />
casi olvidado y por la sal del olvido r<strong>en</strong>acido.<br />
Recuerdas, Uxío, aquella tarde <strong>en</strong> que te vi por vez primera. Quizá fuera<br />
el otoño del 66. Yo <strong>en</strong>tonces –ya madre tan niña– que huy<strong>en</strong>do de no sabía qué,<br />
llegó hasta allá, al confín del mundo, a los bordes de las últimas tierras, de la mano<br />
de un n<strong>en</strong>o pequeño y un marido todavía nuevo y tan asustado de no poderle a<br />
la niña quitar la tristeza. Tú andabas por allí, debajo de una vaca, sacándole leche<br />
y espuma <strong>para</strong> tu madre <strong>en</strong>camada. Ya era <strong>en</strong>tonces v<strong>en</strong>erable tu figura y tan ancha<br />
tu sonrisa de hogaza. Amigos<br />
queridos (Herminio, Hilario, Carlos,<br />
Jorge, Antonio L’<strong>en</strong>fant –mi<br />
hermano–...) nos habían hablado<br />
de ti, de tus salmos y tus montañas,<br />
y a mi se me había ocurrido<br />
pedirle al esposo que ni París ni<br />
Estambul, que allí quizá alguna<br />
meiga o tu voz, o las dos, por oscuro<br />
ungü<strong>en</strong>to o saliva de versos,<br />
el pulso y la risa me<br />
devolvieran. Porque cierto era<br />
que nadie, ni yo misma, <strong>en</strong>t<strong>en</strong>díamos,<br />
cómo tan lindo que me<br />
iba la vida, tan hermosa y afortunada<br />
con un niño tan guapo y<br />
un hombre que tanto y más me<br />
quería, y yo que nada, que no<br />
Eu Santiago (1990)<br />
<strong>para</strong>ba de llorar y llorar todo el<br />
día, y de noche larga, los ojos<br />
abiertos como una Minerva de saber insomne herida que por voz de Rosalía, también<br />
de sombra asombrada, repetía: “Teño medo d’unha cousa / que vive e que non<br />
se ve”. Y me fui hasta allá rastreando aquel Norte de niebla: “Norde último / das<br />
184