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Relato para mis hijos - Es una colección de cinco documentales que ...

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ma<strong>de</strong>ra. Por esas ten<strong>de</strong>ncias, ocurría el temor <strong>de</strong> <strong>que</strong> la existencia <strong>de</strong>l “Par<strong>que</strong>”, o sea el contacto con la gente asociada<br />

a la administración <strong>de</strong>l Par<strong>que</strong> y con todas las personas <strong>de</strong> fuera, estaba imponiendo un fuerte impacto sobre la cultura<br />

<strong>de</strong> los Machiguenga, y <strong>que</strong> esto a su vez, estaba provocando un impacto mayor <strong>de</strong> los Machiguenga sobre la ecología<br />

<strong>de</strong>l Par<strong>que</strong>.<br />

El estudio <strong>que</strong> yo iba a hacer era <strong>para</strong> mi tesis <strong>de</strong> maestría. Yo había conseguido <strong>una</strong> beca <strong>para</strong> llevar a cabo entrevistas<br />

y encuestas con los Machiguenga. Mi asesor trabajaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace muchos años en Cocha Cashu y me puso en contacto<br />

con un intérprete <strong>que</strong> hablaba su idioma y también español — un Machiguenga <strong>que</strong> había vivido fuera <strong>de</strong> Manú y <strong>que</strong><br />

había trabajado con varios científicos. Durante los meses antes <strong>de</strong> empezar el proyecto, yo había leído todos los libros y<br />

artículos sobre Manú y los Machiguenga <strong>que</strong> podía conseguir, junto con unos textos <strong>de</strong> antropología y sobre cómo hacer<br />

encuestas y etnografías. <strong>Es</strong>taba muy emocionado—lleno <strong>de</strong> intriga por la aventura, la esperanza por el proyecto, el temor<br />

<strong>de</strong> fracasar y el miedo a lo <strong>de</strong>sconocido.<br />

Hay un dicho común <strong>que</strong> dice <strong>que</strong> “lo importante no es la llegada, si no el <strong>mis</strong>mo viaje” —y tiene algo <strong>de</strong> verdad<br />

en muchos aspectos. Mi tiempo en Manú fue <strong>una</strong> maravilla, pero también el trayecto <strong>para</strong> llegar ahí, aun<strong>que</strong> muy largo<br />

y pesado a veces, fue algo especial y valioso. Después <strong>de</strong> dos días en Lima consiguiendo per<strong>mis</strong>os <strong>de</strong>l gobierno y otros<br />

dos más en Cuzco haciendo compras <strong>para</strong> tres meses <strong>de</strong> víveres, por fin subimos en un camión <strong>para</strong> empezar la bajada<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> los An<strong>de</strong>s. El camión era bastante gran<strong>de</strong>—uno <strong>de</strong> esos camiones viejos <strong>de</strong> transporte <strong>de</strong> productos con tolva<br />

abierta, ruidoso como un tan<strong>que</strong> militar, y probablemente con los <strong>mis</strong>mos amortiguadores (o sea, nada suave). Éramos<br />

seis estudiantes <strong>de</strong> posgrado en biología en la parte <strong>de</strong> atrás con toda la carga — las mochilas, equipo <strong>de</strong> campo, la<br />

comida y nueve barriles <strong>de</strong> aceite, cada uno lleno <strong>de</strong> 55 galones <strong>de</strong> petróleo (los <strong>que</strong> nos causaban a todos un poco <strong>de</strong><br />

aprensión <strong>de</strong> volar por los aires). Todos teníamos un poco <strong>de</strong> ansiedad por el hecho <strong>de</strong> <strong>que</strong> apenas estábamos llegando a<br />

la carretera—<strong>que</strong> era <strong>de</strong> terracería, muy angosta y con muchísimas curvas—a las seis <strong>de</strong> la noche, ya <strong>que</strong> estaba previsto<br />

salir a las nueve <strong>de</strong> la mañana. Como era <strong>de</strong> un solo carril, corríamos el riesgo <strong>de</strong> encontrar vehículos yendo en el otro<br />

sentido en la mañana (supuestamente el trafico bajaba los lunes, miércoles y viernes, y subía los martes, jueves y sábado,<br />

y cada quien con su suerte los domingos).<br />

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