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Relato para mis hijos - Es una colección de cinco documentales que ...

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conversación, el consenso fue regresar por don<strong>de</strong> habíamos venido, hacia el sur: “por las fincas gana<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> la meseta”.<br />

Nuestra travesía por la sierra se había abortado. Nuestra fantasía <strong>que</strong>daba trunca.<br />

Luego <strong>de</strong> apreciar el amanecer entre a<strong>que</strong>lla inmensidad <strong>de</strong> selva, entre a<strong>que</strong>lla inmensidad <strong>de</strong> nubes, levantamos<br />

campamento y emprendimos el regreso. Seguramente no fue casualidad <strong>que</strong> un niño indígena, quizá el mayor <strong>de</strong> los <strong>hijos</strong><br />

<strong>de</strong> nuestro fallido guía, saliera <strong>de</strong> la casa por el <strong>mis</strong>mo rumbo <strong>que</strong> nosotros siguiendo dos cerdos atados <strong>de</strong> cuello y lazo.<br />

Me acordé <strong>de</strong> la frase popular: “A todo coche le llega su sábado” (en Guatemala se acostumbra comer chicharrones <strong>de</strong><br />

cerdo particularmente los sábados cuando el consumo <strong>de</strong> aguardiente en el campo es mayor). Luego <strong>de</strong> varias horas <strong>de</strong><br />

caminata pensé <strong>que</strong> el niño era “nuestro escolta” <strong>para</strong> verificar <strong>que</strong> saliéramos <strong>de</strong> su territorio.<br />

Caminamos todo el día. Nosotros, los caballos y los cerdos <strong>de</strong>scansábamos <strong>de</strong> vez en vez. Ya al final <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> salimos<br />

<strong>de</strong>l bos<strong>que</strong> <strong>de</strong>nso. Se miraban los pastizales y los cercos blancos <strong>de</strong> la finca entre la niebla y la penumbra. Ya estábamos<br />

a 10 minutos <strong>de</strong>l viejo Toyota Land Cruse. El niño con los dos cerdos “chapuditos” como nosotros aceleró el paso. Poco<br />

<strong>de</strong>spués pasamos saludando a un va<strong>que</strong>ro o vaquiano o mozo, oculto entre el monte, montado en su corcel, rifle montado<br />

sobre la silla. Seguimos caminando, ya casi felices <strong>de</strong> haber salido <strong>de</strong> esas honduras. Reflexionando a cada palpitación sobre<br />

las creencias, la multiculturalidad y la gestión <strong>de</strong> las áreas protegidas. En eso, ya casi <strong>de</strong> noche, súbitamente, un disparo<br />

ensor<strong>de</strong>cedor a la espalda <strong>de</strong> la comitiva. Los caballos inquietos voltearon a ver, el tipo <strong>de</strong>l caballo, el sombrerón, gritó:<br />

“¡Vengan a ver !” Regresamos sobre nuestros pasos con la adrenalina en los poros. Como a 30 metros, un puma muerto,<br />

caliente aún, dorado, nítido entre el fango, con los ojos fijos. El tipo dijo: “Venía atrás <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s…o <strong>de</strong> los cerdos, qué<br />

mas dá: ¡Ahora es mío!”<br />

Nosotros lamentamos profundamente el tiro certero <strong>de</strong>l capataz. Alzó su trofeo. Caminamos con la adrenalina pasando<br />

a sus niveles más bajos, cabizbajos, con los sueños maltrechos. Llegamos al Toyota y alumbramos el cadáver con los<br />

faros amarillentos y sucios. ¡Era magnifico! “Lo sacamos <strong>de</strong> las entrañas hacia la muerte”, pensé. ¿Sería cierto <strong>que</strong> nos<br />

comería el tigre? Yo no había tocado a un puma en la vida, pero lo toqué tibio y suave todavía.

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