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Relato para mis hijos - Es una colección de cinco documentales que ...

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Aun<strong>que</strong> nuestro sueño a<strong>que</strong>lla noche se midió en minutos, llegamos bien a las lanchas <strong>de</strong>l pe<strong>que</strong>ño embarca<strong>de</strong>ro el día<br />

siguiente a las nueve <strong>de</strong> la mañana. Ahí, en las cabeceras <strong>de</strong>l Río Alta Madre <strong>de</strong> Dios, sacamos todo el material <strong>de</strong>l camión<br />

y lo subimos en dos lanchas. Las lanchas eran muy sencillas—cada <strong>una</strong> hecha localmente <strong>de</strong> caoba, midiendo nueve<br />

metros <strong>de</strong> largo por un metro y medio <strong>de</strong> ancho con unos <strong>cinco</strong> bancos <strong>para</strong> sentarse (pero con poco espacio <strong>para</strong> los<br />

pies, ya <strong>que</strong> se colocaba un barril <strong>de</strong> petróleo atrás <strong>de</strong> cada banco), y el motor fuera <strong>de</strong> borda atrás. Sobrecargados en las<br />

lanchas como <strong>una</strong>s galletas con <strong>de</strong>masiada salsa encima, entramos en el río <strong>para</strong> empezar la próxima etapa <strong>de</strong>l viaje. El<br />

río estaba a reventar <strong>de</strong> agua y corría rápido, pero <strong>de</strong>positamos toda nuestra fé en los pilotos y ya no miramos <strong>para</strong> atrás.<br />

<strong>Es</strong>te día fue duro. Después <strong>de</strong> <strong>una</strong> noche casi sin dormir, nos pegaba fuerte el sol sin sombre durante todo el día. A<strong>de</strong>más,<br />

perdimos un poco <strong>de</strong> ánimo ya <strong>que</strong> por todo lo largo <strong>de</strong>l rio, vimos bos<strong>que</strong> talado o secundario, asentamientos feos <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>reros y mucha evi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> <strong>de</strong>forestación. Yo, a mi interior, empecé a dudar si al llegar, íbamos realmente a ver <strong>una</strong><br />

selva conservada o nada más <strong>que</strong> los vestigios <strong>de</strong> lo <strong>que</strong> antes había sido <strong>una</strong> selva. Llegando la noche, los lancheros nos<br />

informaron <strong>que</strong> aun faltaba mucho río por correr, y <strong>que</strong> <strong>para</strong> llegar bien mañana a la estación, todavía había <strong>que</strong> avanzar<br />

más. Se oyó un suspiro pesado <strong>de</strong> los pasajeros, pero ni modo, los hechos son los hechos y entendimos todos <strong>que</strong> no<br />

había otra opción.<br />

A la <strong>una</strong> <strong>de</strong> la mañana, el lanchero guió la lancha hacia un recoveco en la orilla y paró el motor, <strong>de</strong>jando la lancha <strong>de</strong>rivar<br />

suavemente hasta la arena <strong>para</strong> pasar la noche. Nosotros, todos, estábamos agotados y salimos <strong>de</strong> las lanchas como<br />

zombis, cada quien agarrando su bolsa <strong>de</strong> dormir y nos hicimos un pe<strong>que</strong>ño campamento improvisado. En unos minutos,<br />

aparte <strong>de</strong> los grillos, solo se escuchaba un coro <strong>de</strong> ronquidos humanos.<br />

Dos horas <strong>de</strong>spués, sonó la alarma <strong>de</strong> mi reloj. Por un instante no me ubicaba, confundido por la oscuridad y unos rayos<br />

<strong>de</strong> la l<strong>una</strong> penetrando el dosel <strong>de</strong> los árboles; unos segundos <strong>de</strong>spués me acordé en don<strong>de</strong> estaba y <strong>que</strong> a mí y a <strong>una</strong><br />

compañera, nos tocaba vigilar. Con tanto tráfico en el rio, <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y lo <strong>que</strong> sea, no era seguro <strong>de</strong>jar las lanchas sin<br />

vigilancia. Alumbrando con mi lám<strong>para</strong> salí <strong>de</strong> mi sleeping, me puse las botas, y me levanté <strong>para</strong> seguir paso a paso el<br />

sen<strong>de</strong>rito <strong>que</strong> hicimos en la hojarasca y <strong>que</strong> iba hacia las lanchas. De repente algo se movió en las hojas—¿Era <strong>una</strong><br />

víbora?.. Quizás era la temible “barba amarilla”, famosa por ser la más agresiva <strong>de</strong> las serpientes. Algo se movió otra

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