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Diario de Ana Frank - moninotic

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<strong>Diario</strong> <strong>Ana</strong> <strong>Frank</strong><br />

lectura y los libros. Me interesa mucho la historia <strong>de</strong>l arte, sobre todo los escritores, poetas y pintores.<br />

Los músicos quizá vengan más tar<strong>de</strong>. Auténtica antipatía le tengo al álgebra, a la geometría y a la<br />

aritmética. Las <strong>de</strong>más asignaturas me gustan todas, especialmente historia.<br />

Tu <strong>Ana</strong> M. <strong>Frank</strong><br />

Martes, 11 <strong>de</strong> abril <strong>de</strong> 1944<br />

Mi querida Kitty:<br />

La cabeza me da vueltas, <strong>de</strong> verdad no sé por dón<strong>de</strong> empezar. El jueves (la última vez que te<br />

escribí) fue un día normal. El viernes fue Viernes Santo; por la tar<strong>de</strong> jugamos al juego <strong>de</strong> la Bolsa, al<br />

igual que el sábado por la tar<strong>de</strong>. Esos días pasaron todos muy rápido. El sábado, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las<br />

dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, empezaron a cañonear; eran cañones <strong>de</strong> tiro rápido, según los señores. Por lo <strong>de</strong>más,<br />

todo tranquilo.<br />

El domingo a las cuatro y media <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> vino a verme Peter, por invitación mía; a las cinco y<br />

cuarto subimos al <strong>de</strong>sván <strong>de</strong> <strong>de</strong>lante, don<strong>de</strong> nos quedamos hasta las seis. De seis a siete y cuarto<br />

pasaron por la radio un concierto muy bonito <strong>de</strong> Mozart; sobre todo me gustó mucho la Pequeña<br />

serenata nocturna. En la habitación casi no puedo oír música, porque cuando es música bonita,<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí todo se pone en movimiento.<br />

El domingo por la noche Peter no pudo bañarse, porque habían usado la tina para poner cera.<br />

A las ocho subimos juntos al <strong>de</strong>sván <strong>de</strong> <strong>de</strong>lante, y para tener algo blando en que sentarnos me llevé<br />

el único cojín que encontré en nuestra habitación. Nos sentamos en un baúl. Tanto el baúl como el<br />

cojín eran muy estrechos; estábamos sentados uno pegado al otro, apoyados en otros baúles.<br />

Mouschi nos hacía compañía, <strong>de</strong> modo que teníamos un espía. De repente, a las nueve menos<br />

cuarto, el señor Van Daan nos silbó y nos preguntó si nos habíamos llevado un cojín <strong>de</strong>l señor<br />

Dussel.<br />

Los dos nos levantamos <strong>de</strong> un salto y bajamos con el cojín, el gato y Van Daan.<br />

El cojín <strong>de</strong> marras nos trajo un buen disgusto. Dussel estaba enfadado porque me había<br />

llevado el cojín que usaba <strong>de</strong> almohada, y tenía miedo <strong>de</strong> que tuviera pulgas. Por ese bendito cojín<br />

movilizó a medio mundo. Para vengarnos <strong>de</strong> él y <strong>de</strong> su repelencia, Peter y yo le metimos dos cepillos<br />

bien duros en la cama, que luego volvimos a sacar, ya que Dussel quiso volver a entrar en la habitación.<br />

Nos reímos mucho con este interludio.<br />

Pero nuestra diversión no duraría mucho. A las nueve y media, Peter llamó suavemente a la<br />

puerta y le pidió a papá si podía subir para ayudarle con una frase difícil <strong>de</strong> inglés.<br />

-Aquí hay gato encerrado -le dije a Margot-. Está clarísimo que ha sido una excusa. Están<br />

hablando en un tono como si hubieran entrado ladrones.<br />

Mi suposición era correcta: en el almacén estaban robando. Papá, Van Daan y Peter bajaron<br />

en un santiamén. Margot, mamá, la señora y yo nos quedamos esperando. Cuatro mujeres muertas<br />

<strong>de</strong> miedo necesitan hablar, <strong>de</strong> modo que hablamos, hasta que abajo oímos un golpe, y luego todo<br />

volvió a estar en silencio. El reloj dio las diez menos cuarto. Se nos había ido el color <strong>de</strong> las caras,<br />

pero aún estábamos tranquilas, aunque teníamos miedo. ¿Dón<strong>de</strong> estarían las hombres? ¿Qué habría<br />

sido ese golpe? ¿Estarían luchando con los ladrones? Nadie pensó en otra posibilidad, y seguimos a<br />

la espera <strong>de</strong> lo que viniera.<br />

Las diez. Se oyen pasos en la escalera. Papá, pálido y nervioso, entra seguido <strong>de</strong>l señor Van<br />

Daan.<br />

-Apagad las luces y subid sin hacer ruido. Es probable que venga la policía.<br />

No hubo tiempo para tener miedo. Apagamos las luces, cogí rápido una chaqueta y ya<br />

estábamos arriba. -¿Qué ha pasado? ¡Anda, cuenta!<br />

Pero no había nadie que pudiera contar nada. Los hombres habían vuelto a bajar, y no fue sino<br />

hasta las diez y diez que volvieron a subir los cuatro; dos se quedaron montando guardia junto a la<br />

ventana abierta <strong>de</strong> Peter, la puerta que daba al <strong>de</strong>scansillo tenía el cerrojo echado, y la puerta<br />

giratoria estaba cerrada. Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la lamparilla <strong>de</strong> noche colgamos un jersey, y luego nos contaron:<br />

Peter había oído dos fuertes golpes en el <strong>de</strong>scansillo, corrió hacia abajo y vio que <strong>de</strong>l lado.<br />

izquierdo <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l almacén faltaba una gran tabla. Corrió hacia arriba, avisó al sector combatiente<br />

<strong>de</strong> la familia y los cuatro partieron hacia abajo. Cuando entraron en el almacén, los ladrones<br />

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