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Diario de Ana Frank - moninotic

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<strong>Diario</strong> <strong>Ana</strong> <strong>Frank</strong><br />

tampoco son tareas serias. De modo que el escritorio lo seguiré usando yo.<br />

Mi respuesta fue:<br />

-Señor Dussel, mis tareas sí que son serias. En el cuarto <strong>de</strong> estar, por las tar<strong>de</strong>s no me puedo<br />

concentrar, así que le ruego encarecidamente que vuelva a consi<strong>de</strong>rar mi petición.<br />

Tras pronunciar estas palabras, <strong>Ana</strong> se volvió ofendida e hizo como si el distinguido doctor no<br />

existiera. Estaba fuera <strong>de</strong> mí <strong>de</strong> rabia. Dussel me pareció un gran maleducado (lo que en verdad era)<br />

y me pareció que yo misma había estado muy cortés Por la noche, cuando logré hablar un momento<br />

con Pim, le conté cómo había terminado todo y le pregunté qué <strong>de</strong>bía hacer ahora, porque no quería<br />

darme por vencida y prefería arreglar la cuestión yo sola. Pim me explicó más o menos cómo <strong>de</strong>bía<br />

encarar el asunto, pero me recomendó que esperara hasta el otro día, dado mi estado <strong>de</strong> exaltación.<br />

Desoí este último consejo, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> fregar los platos me senté a esperar a Dussel. Pim estaba<br />

en la habitación contigua, lo que me daba una gran tranquilidad.<br />

Empecé diciendo:<br />

-Señor Dussel, creo que a usted no le ha parecido que valiera la pena hablar con más<br />

<strong>de</strong>tenimiento sobre el asunto; sin embargo, le ruego que lo haga.<br />

Entonces, con su mejor sonrisa, Dussel comentó:<br />

-Siempre y en todo momento estaré dispuesto a hablar sobre este asunto ya zanjado.<br />

Seguí con la conversación, interrumpida continuamente por Dussel:<br />

-Al principio, cuando usted vino aquí, convinimos en que esta habitación sería <strong>de</strong> los dos. Si el<br />

reparto fuera equitativo, a usted le correspon<strong>de</strong>rían las mañanas y a mí todas las tar<strong>de</strong>s. Pero yo ni<br />

siquiera le pido eso, y por lo tanto me parece que dos tar<strong>de</strong>s a la semana es <strong>de</strong> lo más razonable.<br />

En ese momento Dussel saltó como pinchado por un alfiler:<br />

-¿De qué reparto equitativo me estás hablando? ¿Adón<strong>de</strong> he <strong>de</strong> irme entonces? Tendré que<br />

pedirle al señor Van Daan que me construya una caseta en el <strong>de</strong>sván, para que pueda sentarme allí.<br />

¡Será posible que no pueda trabajar tranquilo en ninguna parte, y que uno tenga que estar siempre<br />

peleándose contigo! Si la que me lo pidiera fuera tu hermana Margot, que tendría más motivos que tú<br />

para hacerlo, ni se me ocurriría negárselo, pero tú...<br />

Y luego siguió la misma historia sobre la mitología y el hacer punto, y <strong>Ana</strong> volvió a ofen<strong>de</strong>rse.<br />

Sin embargo, hice que no se me notara y <strong>de</strong>jé que Dussel acabara:<br />

-Pero ya está visto que contigo no se pue<strong>de</strong> hablar. Eres una tremenda egoísta. Con tal <strong>de</strong><br />

salirte con la tuya, los <strong>de</strong>más que revienten. Nunca he visto una niña igual. Pero al final me veré obligado<br />

a darte el gusto; si no, en algún momento me dirán que a <strong>Ana</strong> <strong>Frank</strong> la suspendieron porque el<br />

señor Dussel no le quería ce<strong>de</strong>r el escritorio.<br />

El hombre hablaba y hablaba. Era tal la avalancha <strong>de</strong> palabras que al final me perdí. Había<br />

momentos en que pensaba: «¡Le voy a j dar un sopapo que va a ir a parar con todas sus mentiras<br />

contra la pared!», y otros en que me <strong>de</strong>cía a mí misma: «Tranquilízate. Ese tipo no se merece que te<br />

sulfures tanto por su culpa.»<br />

Por fin Dussel terminó <strong>de</strong> <strong>de</strong>sahogarse y, con una cara en la que se leía el enojo y el triunfo al<br />

mismo tiempo, salió <strong>de</strong> la habitación con su abrigo lleno <strong>de</strong> alimentos.<br />

Corrí a ver a papá y a contarle toda la historia, en la medida en que no la había oído ya. Pim<br />

<strong>de</strong>cidió hablar con Dussel esa misma noche, y así fue. Estuvieron más <strong>de</strong> media hora hablando.<br />

Primero hablaron sobre si <strong>Ana</strong> <strong>de</strong>bía disponer <strong>de</strong>l escritorio o no. Papá le dijo que ya habían hablado<br />

sobre el tema, pero que en aquella ocasión le había dado supuestamente la razón a Dussel para no<br />

dársela a una niña frente a un adulto, pero que tampoco en ese momento a papá le había parecido<br />

razonable. Dussel respondió que yo no <strong>de</strong>bía hablar como si él fuera un intruso que tratara <strong>de</strong> apo<strong>de</strong>rarse<br />

<strong>de</strong> todo, pero aquí papá le contradijo con firmeza, porque en ningún momento me había oído<br />

a mí <strong>de</strong>cir eso. Así estuvieron un tiempo discutiendo: papá <strong>de</strong>fendiendo mi egoísmo y mis «tareítas»,<br />

y Dussel refunfuñando todo el tiempo.<br />

Finalmente Dussel tuvo que ce<strong>de</strong>r, y se me concedieron dos tar<strong>de</strong>s por semana para<br />

<strong>de</strong>dicarme a mis tareas sin ser molestada. Dussel puso cara <strong>de</strong> mártir, no habló durante dos días y,<br />

como un 1 niño, fue a ocupar el escritorio <strong>de</strong> cinco a cinco y media, antes <strong>de</strong> la hora <strong>de</strong> cenar.<br />

A una persona <strong>de</strong> 14 años que todavía tiene hábitos tan pedan- 1 tes y mezquinos, la<br />

naturaleza la ha hecho así, y ya nunca se le quitarán.<br />

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