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Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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<strong>Sólo</strong> <strong>un</strong> <strong>escarabajo</strong> (<strong>Luis</strong> <strong>Alberto</strong> <strong>Battaglia</strong>)<br />

Jorge dejó de escribir. Miró por la ventana de su consultorio. Le gustaba los domingos por la<br />

mañana salir de su casa, ir al consultorio y entrar en ese otro m<strong>un</strong>do: el de Juan, el de, <strong>Luis</strong>, el de<br />

Gabriela, el de los sueños. Fabricar discusiones, inventar <strong>un</strong> lector. Suponer, por <strong>un</strong> instante, la<br />

existencia del m<strong>un</strong>do y de los otros (¿m<strong>un</strong>dos? ¿hombres? ¿sueños?).<br />

Caminó hasta la sala de estar, allí, como al descuido, había <strong>un</strong>a hoja de papel. Dispuesto a<br />

prepararse el desay<strong>un</strong>o, Juan, caminó hasta la cocina. Miró por la ventana y allí, en su consultorio,<br />

estaba el doctor Marino, mirándolo.<br />

A través de la ventana de su consultorio vio a <strong>un</strong> hombre que, también a través de <strong>un</strong>a ventana<br />

(la pequeña de <strong>un</strong>a cocina), lo miraba ¡Pobre pequeña!, estaba huérfana de sol.<br />

De pronto, fue preciso encender otro motor, para dar fuerza a los generadores. Era preciso<br />

actuar presuroso y precavido. Debía demostrar al dueño que era capaz de mantener intactas las<br />

correas, evitando el desmembramiento de alg<strong>un</strong>a polea con su consecuente desnivelación. Con <strong>un</strong>a<br />

fuerza sobrehumana movió la palanca y giró el carro sigilosamante (para evitar sospechas), abrió el<br />

curso de entrada, y cuando el fuego devoraba grandes depósitos de estaño, logró con <strong>un</strong>a oscilación<br />

desencajar el soporte y descargar <strong>un</strong> súbito torrente de hielo que instantáneamente equilibró la<br />

térmica. Como resultado de su acción eficaz, volvieron a girar los engranajes y el circulador<br />

reestableció las ondas intermitentes. "Buen trabajo, muchacho; bébete <strong>un</strong>a cerveza".<br />

Y así, asi todo. Salimos a la calle (porque la calle no puede salir a nosotros) y hacemos que<br />

nos circulen pequeños autos por la espalda (los más afort<strong>un</strong>ados). Otros consiguen fabricarse<br />

autopistas en los miembros, instalan semáforos en sus hombros y grandes avenidas en su abdomen.<br />

Compramos <strong>un</strong> helado de limón, porque no nos es posible <strong>un</strong> limón de helado; si bien, <strong>un</strong>a<br />

nostalgia arbórea invade las heladerías con significativa frecuencia. Pero la tarde se clasifica en<br />

lógicas categorías, y la amplitud no dosifica tópicos arbitrarios.<br />

Volvemos por las veredas comiendo el helado y es <strong>un</strong>a verdadera consagración de nuestro<br />

aspecto, libre y feliz. Al vernos, alguien comentará: "él sí sabe vivir" y ella, su novia tal vez, nos<br />

regalará <strong>un</strong>a larga mirada admirada.<br />

Ya con el fin del cucurucho (ser comido) llegamos a la puerta de <strong>un</strong>a casa conocida.<br />

Introducimos en la historia la siempre novedosa magia de las llaves. Y como si de pronto alguien<br />

comprendiera, gira el picaporte y consagramos (<strong>un</strong>a vez más) la propiedad embargadora de...<br />

EDICIONES BATTAGLIA 1 153

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