Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)
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<strong>Sólo</strong> <strong>un</strong> <strong>escarabajo</strong> (<strong>Luis</strong> <strong>Alberto</strong> <strong>Battaglia</strong>)<br />
En ese momento los padres de la palmera llamaron al mago y le dijeron algo. Volvió el mago y dijo<br />
"Palmera tus padres quieren que cambie tu mente... ¿estás de acuerdo?" "No, mago, mis padres me<br />
ordenaron que n<strong>un</strong>ca permitiera que persona alg<strong>un</strong>a me cambiara” “Ellos están arrepentidos, me<br />
piden que te cambie; y te suplican que lo permitas”; “¿me lo ordenan?” “No, palmera, ellos han<br />
cambiado y ya no te ordenan... sólo te lo piden” "Entonces no, porque yo debo obedecer a mis padres<br />
y ellos me ordenaron que no dejara que me cambiaran" "Pero ahora te piden lo contrario; están<br />
arrepentidos, se sienten culpables por lo que han hecho de ti" "No, mago; yo quiero mucho a mis<br />
padres... yo debo obedecer a mis padres" "Lo que tu digas, palmera” el mago se fue.<br />
El no sería rencoroso como la palmera, no debía ser así. Se dedicaría al presente, dejando el<br />
pasado en 'paz. Ya no quería vengarse, ya no quería sufrir. Porque el vengador sufre su venganza; y<br />
porque la venganza mantiene abiertas las heridas. La venganza se disfraza de diversos modos y<br />
muchas veces no lo identificamos y somos vengadores sin saberlo, como la palmera. Y el sufrimiento<br />
se perpetúa, dado que el deseo de venganza es insaciable. <strong>Sólo</strong> al desistir de la venganza<br />
comenzamos a eliminar el dolor, y al perdonar volvemos a ser libres como antes del agravio que<br />
queríamos vengar. Es el perdón, no la venganza, quien puede liberarnos del dolor.<br />
Y Juan, esa mañana, estaba comenzando a perdonar. No quería morir, quería vivir. El tren ya<br />
no sería para inmovilizarse eternamente; seria para moverse, para viajar.<br />
Recostado sobre su cama, miraba las manchas en la pared... los <strong>escarabajo</strong>s de la infancia.<br />
Iba a pintar esa pared, miró las manchas y se despidió de ellas. Fue a comprar pintura blanca. Para el<br />
mediodía las paredes de su habitación ya estaban pintadas. Salió a almorzar. Caminó sin decidirse<br />
por restaurante alg<strong>un</strong>o. Quería ver a Verónica; pero tenía miedo, miedo de que la historia volviera a<br />
repetirse. Decidió no intentar... almorzó en otro restaurante.<br />
En las miradas de las personas le parecía leer <strong>un</strong>a preg<strong>un</strong>ta que partía de sí: ¿Qué haces<br />
aquí?. En el otro restaurante Verónica estaría sonriendo a otras personas, y tal vez alguien atrapara<br />
esa sonrisa para tornarla llanto. No debía permitir que jugaran con los sentimientos de Verónica;<br />
comenzaba a quererla sin saberlo, quería protegerla de los mentirosos que hacen sufrir a esas sus<br />
amantes poco amadas. En ellos el deseo sexual se aleja del amor. Él n<strong>un</strong>ca la haría sufrir, él debía<br />
salvarla. Por la noche cenaría allí.<br />
EDICIONES BATTAGLIA 1 31