Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)
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<strong>Sólo</strong> <strong>un</strong> <strong>escarabajo</strong> (<strong>Luis</strong> <strong>Alberto</strong> <strong>Battaglia</strong>)<br />
plástico que giraba al primer viento; que sus padres le regalaron, cuando él era pequeño como los<br />
ruidos que hacen las gotas cayentes sobre los vidrios de las ventanas.<br />
Era la tarde, que con su tristeza lo hacía bailar en el caleidoscopio blanco y negro de las<br />
lágrimas. Algo como <strong>un</strong>a alegría brincaba de repente, pero al instante se desvanecía y <strong>un</strong>a mueca en<br />
sus labios era la única huella del diminuto sobresalto. Es tonto el juego de vivir, pensó Juan. Pateó <strong>un</strong>a<br />
piedra yaciente sobre la vereda, que se ampliaba con cada nuevo pensamiento que aparecía. Algo lo<br />
atormentaba como <strong>un</strong>a aguja sin cuerpo que lo pinchaba sin pincharlo. Era el tradicional y amargo<br />
recorrido de los recuerdos, esperanzas que gestan desesperanzas, lágrimas rodando por su rostro<br />
demacrado y seco.<br />
Las sonrisas de otros días, ocupaban pequeñas tumbas. Y el impreciso canto de los árboles,<br />
con <strong>un</strong> comenzado viento. "Es extraño y triste el <strong>un</strong>iverso de los locos", dijo Juan en voz alta... Y<br />
escuchó su voz. Se acordó del libro de argidectura, que rompió... lo mismo que su vida. Era todo<br />
dantesco y estaba cansado de caminar. Buscó las cuadras hacia su casa. Dormiría <strong>un</strong>a siesta muy<br />
larga, tal vez hasta la noche o aún la mañana siguiente.<br />
Sería tan hermoso dormir... y soñar... y olvidar. Al día siguiente regresaría al restaurante, le<br />
diría a Verónica. Era preciso no dejarse vencer, no declarar la retirada. Él la amaba, y ella no lo sabía.<br />
Pero algo en los ojos de esa chica, algo como <strong>un</strong> brillo, le prometía correspondencia. Ella también lo<br />
amaba, estaba seguro. Por eso esas miradas desde lejos y la sonrisa. Ella lo amaba... y él debía<br />
decirle que también... que él... debía decírselo, tri<strong>un</strong>far contra el miedo.<br />
El gran Dios, si es que tal existía, desde el cielo debía estarse riendo de sus vacilaciones. Y<br />
ella lo amaba, estaba seguro .<br />
De niño le gustaba hacer torres con las cosas; las ponía <strong>un</strong>a arriba de la otra hasta que todas<br />
se caían. Entonces, comenzaba otra vez. Era <strong>un</strong> juego estereotipado. Invariablemente llegaba <strong>un</strong><br />
momento en que las cosas se caían. Lo mismo ocurre con la vida, supo más tarde. Luchamos con<br />
todas nuestras fuerzas, por armar realidades que siempre se derrumban.<br />
Muchas veces había imaginado el día de su muerte, y después el velorio, el entierro, los<br />
últimos pésames, y después la nada. ¡Oh ridículos muñecos, somos! <strong>Sólo</strong> muñecos, que <strong>un</strong> día están<br />
y al otro ya no existen. Muñecos, sólo muñecos de la muerte (la gran titiritera). Y ella lo amaba, estaba<br />
seguro.<br />
EDICIONES BATTAGLIA 1 51