<strong>Sólo</strong> <strong>un</strong> <strong>escarabajo</strong> (<strong>Luis</strong> <strong>Alberto</strong> <strong>Battaglia</strong>) Tuvo curiosidad. La luz se encendía y apagaba con intervalos regulares. Tuvo <strong>un</strong> presentimiento insólito, más <strong>un</strong> deseo. Era ella, era Gabriela, que en la noche, como <strong>un</strong> ángel, venía a rescatarlo de su martirio desesperante. Debía ser ella, ella, como antes, como siempre, como entonces; con su sonrisa, con sus besos, con algún chiste y su sonrisa y su sonrisa, ella, definitivamente era ella y le hacía señales para decir que no sufriera ya, que llegaba, que le traía todo el amor, todas las ilusiones, toda la vida de nuevo, era ella, quién más podría venir a visitarlo, quién sino ella se apiadaría de su alma. La emoción lo envolvía y el corazón... ¡no, no debía engañarse! Podría ser cualquier persona, cualquier caminante solitario . La luz se aproximaba... como <strong>un</strong>a promesa. ¡No, no era ella, o sí! Podría ser ella, ella que regresaba para devolverlo a la alegría, a las ganas de vivir. Temía perder esta esperanza nueva, esta luz, esta noche, este misterio ¿Y si no era ella, qué sería de su vida, cómo resistiría los años y los minutos? Estaba quieto, de pie, frente a la ventana. El mar parecía fosforecer aún más, como si también él riera, como si diera comienzo la fiesta ¿Qué fiesta, qué alegría? ¿Y si la luz se alejaba? iAy! ¿Y si toda la vida la luz se alejaba? ¡Solo, solo! Estaba solo. La luz relampagueaba como <strong>un</strong>a estrella, como <strong>un</strong>a luciérnaga furtiva. La luz relampagueaba ¡ay, si fuera ella, ay, si ya no estaba solo! EDICIONES BATTAGLIA 1 90
<strong>Sólo</strong> <strong>un</strong> <strong>escarabajo</strong> (<strong>Luis</strong> <strong>Alberto</strong> <strong>Battaglia</strong>) CAPÍTULO XXIII El hombre de la máquina Despertó, eran las 8 de la mañana, rio, le dolió la espalda, el sillón era duro, volvió a reír con nostalgia, hacía frío, se puso de pie, caminó, se detuvo, lloró con alegría, rio con tristeza, caminó hasta la ventana, abrió la ventana, abrió la persiana, cerró la ventana, tuvo frío, volvió a reír, miró el mar, tuvo miedo de <strong>un</strong>a playa vacía, era domingo 1* de abril y ya los últimos turistas de marzo estaban preparando sus valijas, otra vez tuvo frío, la playa estaba terriblemente sola, tuvo miedo del otoño, lloró otra vez pero de tristeza, tuvo más frío, era tarde para el amor, para la vida, para la risa, para la libertad, la playa estaba muerta, el sol se desparramaba por la arena gastada de tantos sueños inútiles; Juan, peregrino de los recuerdos, tiritó en el silencio de las horas desvanecidas. Tarde, era tarde para todo; también para el dolor. Un ruido, proveniente de la habitación, había comenzado; se dirigió hacia allí y no vio al llegar más que <strong>un</strong> pequeño <strong>escarabajo</strong> caminando penosamente por las baldosas rojas. “¿Eres tú (le dijo), otra vez has venido a visitarme amigo mío?” El <strong>escarabajo</strong> dejó de caminar y pareció mirarlo con sus enormes ojos. “Sí, soy yo, el dueño de esta casa, y tú, mi viejo amigo, regresas, has venido a visitarme como antes" Un ruido, proveniente del living, había comenzado. Se dirigió hacia allí y al llegar, sólo, tan sólo, <strong>un</strong> pequeño <strong>escarabajo</strong> se deslizaba por el marrón claro parquet, solo, se alejaba lentamente, entraba debajo de la mesa, y Juan, también solo, en medio del silencio, observaba aquel pequeño insecto que se alejaba, imperturbable, necio, definitivo; lo contempló, ridículo, rot<strong>un</strong>do, insignificante, alejarse, con ese extraño aire de zar, de recaudador de impuestos, de empleado de alg<strong>un</strong>a repartición estatal, de astronauta en <strong>un</strong>a base espacial de Lomas de Zamora. Un ruido, proveniente del balcón, había comenzado. Juan no sabia si ir, o no, o quedarse allí, o simplemente recordar que en <strong>un</strong> país lejano y olvidado, en <strong>un</strong> país donde no eran ciertas las paredes y donde la muerte no era más que <strong>un</strong> cambio de juego, en <strong>un</strong> país donde las horas pasaban y era preciso levantar los juguetes antes de la cena, en <strong>un</strong> país así, había sido feliz; pero el ruido en el EDICIONES BATTAGLIA 1 91