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Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-Cazuela de mariscos.<br />

<strong>Sólo</strong> <strong>un</strong> <strong>escarabajo</strong> (<strong>Luis</strong> <strong>Alberto</strong> <strong>Battaglia</strong>)<br />

La tarde duele, las calles de <strong>un</strong> otoño recién nacido. Juan, caminando lentamente, pensaba en<br />

Verónica. Por qué no le había dicho que la quería, por qué calló; por qué dejó caer sobre sí el telón<br />

negro del olvido, del fracaso, de la muerte, de la soledad. Estaba solo, caminando por <strong>un</strong>a calle<br />

amarga, con el corazón desgarrado y <strong>un</strong>a pena infinita. Estaba triste para siempre, sin esperanzas, sin<br />

remedio estaba solo.<br />

Miró el reloj, eran las cuatro menos cuarto de ese miércoles interminable; iQué vacación la de<br />

los tristes, qué largo malentendido! Las lágrimas brotaron de sus ojos, como flores de tristeza. Hubo<br />

recuerdos. Vacíos ya los horizontes, la vida fuera <strong>un</strong>a absurda y abrumadora carrera sin fin. Juan<br />

recordó <strong>un</strong>a estrofa de <strong>un</strong> viejo poema:<br />

Cuando era niño nada me importaba,<br />

vivía muy feliz corriendo al viento,<br />

pero corría porque me escapaba<br />

de la tiniebla de mi pensamiento.<br />

Por qué correr, se dijo Juan, si no podré escaparme fe mi mismo.<br />

Una angustia innombrable le arremolinó la pena y el miedo, como comparsas de <strong>un</strong> carnaval de<br />

tumbas y naufragios, y <strong>un</strong> carnaval abierto al cósmico vacío de los labios mudos y de los paralíticos<br />

m<strong>un</strong>dos superpuestos, y la certeza de haber nacido en vano. Y eran pocas las lágrimas para el abismo<br />

de su alma.<br />

Recordó la muerte de sus padres. El tenía 20 años, y tuvo que hacerse cargo de sus<br />

hermanos. Ellos eran chicos y tenían miedo. Luego también ellos murieron, en aquel incendio... dolía<br />

recordar. Y él siempre se sintió culpable por haberse salvado. Y ahora sus hermanos venían a<br />

buscarlo; porque en la muerte, pobrecitos, también deberían sentirse solos.<br />

Era tarde ya, y hacía mucho frío detrás de los párpados. Todo estaba perdido desde muchos<br />

años, y muchas cosas.<br />

Entró a la casa, dejó el cuchillo en el cajón. Se sentó a ver pasar las horas. Ya no tenía fuerza<br />

para nuevas empresas. Lloró, como cuando era niño. Pero entonces no sabía de la muerte, del<br />

fracaso, del dolor. Y ahora sí, ya había sido iniciado por la vida. Ahora sus lágrimas estaban llenas de<br />

EDICIONES BATTAGLIA 1 66

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