Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)
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<strong>Sólo</strong> <strong>un</strong> <strong>escarabajo</strong> (<strong>Luis</strong> <strong>Alberto</strong> <strong>Battaglia</strong>)<br />
CAPITULO XVIII:<br />
Soledad<br />
Caían lenta y precisamente las cosas más amadas. Y recordó ese sueño que le contara<br />
quien amó o amaría. Y tuvo pena. Y es que h<strong>un</strong>dirse en la distancia para que se enfríe el<br />
dolor, y es que buscar afuera lo que adentro ya se ha perdido; y es que, ioh desgracia!,<br />
n<strong>un</strong>ca regresa la niñez y al mismo tiempo jamás nos abandona. Y somos vacilantes buscadores de<br />
imposibles, por los años de los años hasta el fin ¡Oh nuestra vida!<br />
La noche se adueñaba de las cosas. Solo, en la oscuridad, Juan, pensaba en su vida. Daba<br />
igual vivir o haberse muerto, reír o llorar, ilusionarse o desilusionarse, daba igual la primavera o el<br />
otoño, las flores nacientes o las hojas morib<strong>un</strong>das, el sol o la lluvia, la noche y el día; después de<br />
treinta años de luchar contra la muerte y contra la vida, después de ilusionarse y desilusionarse tantas<br />
veces, ya todo era igual.<br />
La noche transcurría, <strong>un</strong> jueves agonizaba (tal vez el último). Juan, el siempre, no tenía fuerzas<br />
para vivir y no tenía fuerzas para morir. Sentado en su sillón de ver pasar la muerte, estaba quieto<br />
como si fuera ya sin pasos.<br />
Miró el reloj en la oscuridad, y la fosforescencia le dio alegría. Eran las 11 de la noche de ese<br />
jueves 29 de marzo. <strong>Sólo</strong> 26 días, el doble y la mitad de <strong>un</strong>a desgracia, lo separaban de otro tiempo y<br />
otra vida. De a ratos, por la ventana, veía fosforescencias en las olas. La l<strong>un</strong>a llena iba cambiando su<br />
lugar en el cielo. Adentro el silencio, <strong>un</strong>a canilla que goteaba, la soledad.<br />
Como <strong>un</strong> condenado a muerte (que lo somos) volvió a mirar el reloj, eran las doce menos<br />
cuarto. El estúpido zumbido de <strong>un</strong> mosquito, tradicionalmente detestable, daba en levantarle el ánimo,<br />
si es que tal ¡Que lo picara, que lo picara pronto! Y el pequeño animal rondaba como <strong>un</strong>a promesa<br />
esperada demasiado, no llegaba.<br />
Miró el reloj, eran las doce menos diez. El mosquito se posó en su brazo, Juan lo observó y<br />
luego lo mató con <strong>un</strong> golpe certero dado en la oscuridad. Sintió el pequeño cadáver y gritó de alegría.<br />
Si así pudiera matar a la tristeza... Miró el reloj, el jueves terminaba, eran las doce menos cinco. Era el<br />
capítulo 18; la novela pasaba a ser mayor de edad y ya podía estar sin sus padres.<br />
EDICIONES BATTAGLIA 1 72