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Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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<strong>Sólo</strong> <strong>un</strong> <strong>escarabajo</strong> (<strong>Luis</strong> <strong>Alberto</strong> <strong>Battaglia</strong>)<br />

CAPÍTULO XLV<br />

Infinitesimales y la bisectriz<br />

Señoras y señores, en este día especial para nosotros, los infinitesimales; deseo, ante todo,<br />

manifestar la enorme dicha que siento. Amigos, desde hace muchos años, varias<br />

generaciones de infinitesimales, debimos olvidar nuestro más esmerado sueño: la felicidad.<br />

Nos vimos compelidos a aceptar lo gigantesco, bajo las formas de la superioridad. Año tras año, día<br />

tras día, fuimos desdichados. Hoy se han abierto nuevas puertas, nuevos caminos, nuevos rumbos; y<br />

en la emoción de este presente venturoso, quisiera convocar a todos nuestros muertos, a tantos que<br />

se fueron sin sospechar que alg<strong>un</strong>a vez seríamos felices, para hacerlos partícipes del júbilo que a<br />

nosotros, a los de nuestra generación, nos ha traído el fruto de muchas noches frías, de muchos años<br />

flacos, de mucho soportar y mantener <strong>un</strong>a esperanza, de mucho persistir, de mucho esfuerzo y<br />

muchas frustraciones. Mas ellos han partido para siempre, el silencio se apiade de sus almas.<br />

Partieron sin llegar a ver el sol que hoy nos alumbra, el verdadero destino de nuestra especie. Ellos<br />

han muerto, amigos, pero nos han dejado <strong>un</strong> gran motivo para no errar en nuestros pasos ya cercanos<br />

a la gloria; por ellos y nosotros, debemos apretar los puños, abrir los corazones, y acometer <strong>un</strong>a<br />

batalla cotidiana ya próxima a su fin, a la victoria, a la verdad, a la justicia, a la libertad.<br />

Juan observó a su alrededor, todos gritaban. Su padre lo abrazó y ambos lloraron, estaban<br />

j<strong>un</strong>tos después de tanto tiempo. Padre, no me dejes sin tu vida. Hijo mío, le replicó el anciano, la<br />

muerte es el olvido. Y se fueron despacio caminando, los dos, hasta dejar la multitud atrás; ya apenas<br />

se escuchaban sus gritos. Ha llegado el momento. Padre, adiós. Adiós hijo, sé libre. Y Juan estaba<br />

solo, en medio de <strong>un</strong>a calle fría. Miró por la ventana, algo en la lluvia le recordaba aquella tarde. Y<br />

llovía y llovía sobre la calle sola.<br />

-Juan.<br />

-¿Qué?<br />

-¿Estás despierto?<br />

-Sí, pensaba.<br />

EDICIONES BATTAGLIA 1 180

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