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Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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<strong>Sólo</strong> <strong>un</strong> <strong>escarabajo</strong> (<strong>Luis</strong> <strong>Alberto</strong> <strong>Battaglia</strong>)<br />

-Y cómo es el obelisco, preg<strong>un</strong>taba Jorge Brendid.<br />

Volvió a mirar el reloj. Eran las tres menos cuarto. Debía apurarse si quería encontrar <strong>un</strong><br />

restaurante abierto.<br />

Recordó las discusiones de sus padres, siempre violentas; que lo asustaron demasiadas<br />

noches de sobresaltado despertar. Gritos y golpes y también llanto, mezclados en <strong>un</strong>a especie de<br />

sinfonía doliente; sentía en el pecho el acelerado latido de su corazón. Era inútil intervenir, nada<br />

cambiaba. Debía esperar, a veces horas, que la pelea terminara.<br />

Se sentía conf<strong>un</strong>dido, se mezclaban los tiempos y las personas en el recuerdo; y todo el<br />

pasado fue de pronto <strong>un</strong> solo y <strong>un</strong>itario ayer, <strong>un</strong> antes difuso. Había notado ya muchas veces estas<br />

fallas, estas confusiones. Temía estar enfermo; o era tal vez ni más ni menos que el paso vertiginoso<br />

del tiempo, esa cósmica calesita de ausencias.<br />

Más de <strong>un</strong> vez había llegado a comprender que el pasado, al igual que el presente, es<br />

impreciso. El presente nos emborracha con el espejismo de la eternidad, de <strong>un</strong> continuo; y es, en<br />

definitiva, no más que <strong>un</strong> hueco y <strong>un</strong>a mentira. El poder de la mente nos asusta, porque dudamos del<br />

corazón. Juan cerró los ojos, llenos de lágrimas.<br />

Abrió la puerta, húmeda, como si abriera el alma. Un viento fresco le golpeó la cara, respiró,<br />

suspiró, tuvo la certeza de que aún estaba vivo. Las calles de marzo tienen la extraña tonalidad menor<br />

y apasionada de <strong>un</strong>a canzonetta; como la de la cajita de música con sus copos de algodón<br />

representando nieve. Acá las navidades no eran como aquéllas, las del país de la cajita; hubiera sido<br />

más sensato festejarlas comiendo helados y con maya, en <strong>un</strong>a pileta, y no fingiendo <strong>un</strong> invierno y <strong>un</strong>a<br />

nieve fuera de lugar.<br />

Iba a ser triste el otoño, más que siempre; y esas mismas calles, convertidas en cementerio de<br />

hojas... y de sueños, se cerrarían sobre sí mismas como ciertas flores en las noches. Iba a ser triste el<br />

otoño... había ratificado el fracaso del amor. Gabriela estaba lejos; como la niñez, como la caricia<br />

protectora de su madre y la tranquila mirada de papá... el de los cuentos.<br />

Se acordó de "Corazón de lluvia”, esa compañera de la facultad. Un día, la encontró al salir, en<br />

el tren, y ella le contó que había muerto su abuelo... "el abuelo de los cuentos". ¡Pobre corazón de<br />

lluvia! Siempre tan quieta, tan callada, tan en su m<strong>un</strong>do donde él n<strong>un</strong>ca pudo entrar... con el otoño<br />

vienen los recuerdos.<br />

EDICIONES BATTAGLIA 1 47

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