Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)
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<strong>Sólo</strong> <strong>un</strong> <strong>escarabajo</strong> (<strong>Luis</strong> <strong>Alberto</strong> <strong>Battaglia</strong>)<br />
CAPÍTULO XXV<br />
LA CITACIÓN<br />
Abrió los ojos, aún era de noche, encendió la lámpara sobre la mesita de Iuz, miró el reloj,<br />
eran las seis. Tenía miedo, miró la habitación. Pronto iba a amanecer, y él debería resolver<br />
situaciones difíciles. Deseó que no saliera el sol, que n<strong>un</strong>ca más saliera el sol, que para<br />
siempre fueran las seis. Debía ir al trib<strong>un</strong>al, se lo acusaba de al muerte de veinticuatro sueños.<br />
A<strong>un</strong>que en verdad estaba mal formulado, porque era <strong>un</strong> solo sueño con veinticuatro personajes. Cómo<br />
explicar que no los conocía a pesar de ser su sueño, que no estaba al tanto de ellos, que nadie puede<br />
ser culpable de lo que no conoce; en fin, cómo explicar al trib<strong>un</strong>al que él, dueño y señor de aquel<br />
sueño, no tenía relación alg<strong>un</strong>a con las muertes. Nadie le creería, y sin embargo esa era la verdad. Y<br />
después, para complicarlo todo, había perdido la citación; para complicarlo todo, no sabía dónde<br />
comparecer. Debería buscar trib<strong>un</strong>al por trib<strong>un</strong>al, debería tramitar su propia pena. Ya en la habitación<br />
había <strong>un</strong> reflejo de sol, ya se acercaba la hora inexorable con las inexorables angustias y el terror y<br />
ese terror intolerable que no lo dejaba pensar. Miraba el reloj, como quien miraba el fluir de la sangre y<br />
el brotar de la sangre desde <strong>un</strong>a herida desgarrante.<br />
No desay<strong>un</strong>ó, había decidido no comer más, quería consumirse, tal vez lograra consumirse<br />
antes del jueves, día de la citación; tenía sólo tres días para acabar con su vida, pero lo haría<br />
despacio, no lo haría con <strong>un</strong> balazo o el gas, no, se iría muriendo hora tras hora. Gastaría todas sus<br />
grasas, más tarde los músculos, y finalmente los órganos. Pero tenía sólo tres días y temía no llegar a<br />
tiempo. El reloj, ahora era <strong>un</strong> amigo, ahora le marcaba cómo se iba muriendo; ellos, los del trib<strong>un</strong>al, no<br />
podrían atraparlo. Había decidido no comer ni beber nada, la falta de líquido acelerarla la muerte. Era<br />
preciso dejar de sufrir. Debía aguantar el hambre, aguantar la sed; y al fin, el pobre Juan, por fin<br />
acabaría su desgraciada existencia. Por fin bebería el dulce néctar de la muerte, por fin dejaría de<br />
sufrir. Y era bello pensar en la muerte, cuando la vida ya <strong>un</strong> terror sin puertas.<br />
El sol, insolentemente (paradoja) penetraba por las rendijas inaugurando el día.<br />
-¡No!<br />
-¿Qué cosa "no"?<br />
EDICIONES BATTAGLIA 1 99