Solemnidad: Natividad del Señor. Cicl - Autores Catolicos

mujer le llama la atención por hacer tal acción en sí
desdeñosa.
No quiero –responde-saber ni de Niño ni de la su
Madre. Si Dios me arrebató la madre de mi hijo, no
quiero ya nada.
Humberto anduvo varias horas por la densa selva
cubierta de nieve tras rastro muy fresco de ciervo de
ensueño. Aprieta los dientes siguiendo sus huellas, le
brillan los ojos de odio y afán y venganza.
Y ya cuanto tiene la pieza dispuesta de recibir la
flecha, resulta que luce una cruz preciosa de rayos
fulgentes en plena cabeza de cuernos ornada del ciervo
precioso.
Se frota los ojos por si no era cierto. Pues era
verdad. Estaba presente. Es Dios que le llama a
volverse manso, sumiso a su templo donde está mirando a
los hijos buenos.
Se cae en el suelo, cae desplomado. Dios le ha
cazado en medio del bosque para que vaya pronto a la
mesa santa. La pieza cazada es el mismo Humberto.
Arrepentido y oculto en una amplia manta se a la
iglesia. Todos admirados le ven que se postra en el
templo santo ante el mismo Dios del que se alejara: y
el pueblo cantaba in excelsis gloria. Gloria a Dios
arriba, allá en la altura del Cielo encantado y en la
tierra paz a los hombres buenos que quieren gozarlo
pues Dios los invita y da de regalo.
Siendo hombre recio y franco de corte, decide
hacerse ya siervo de Dios vivo para el que ha nacido,
rey y Señor nuestro. Y para purificar su pasado impuro
se va peregrino a la misma Roma, cabeza del Reino que
tiene en la tierra. Y cuando se vuelve le eligen
obispo. Y fue consagrado para la diócesis de la gran
Colonia, entonces aldea o muy poca cosa. Y padre y
maestro recorre los bosques de modo que tantos que no
eran cristianos, se vuelven a Cristo luz de la
tiniebla. Y cuando llega el día, de la Ascensión de
Cristo, se muere y va al Cielo. Se queda de obispo su
hijo Floriberto. Eran otros tiempos, como los
presentes: tiempos de llamadas de Dios a la tierra, de
luces preciosas en densas tinieblas que nunca faltaran
donde Dios no mora con su luz excelsa.
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