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Solemnidad: Natividad del Señor. Cicl - Autores Catolicos

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tiniebla, como sin sentido, sin consistencia, como de<br />

mentira.<br />

Jesús es de Dios su palabra propia, idéntica a sí,<br />

unida e inseparable. Jesús por ser Dios, es palabra<br />

eterna, divina, inefable, aunque derramada en la carne<br />

humana que limita su capacidad de manifestarse; y la<br />

determina a nuestra manera. Y la Santa Biblia es sólo<br />

palabra que narra las palabras o gestos, la vida<br />

expresiva, que Dios mismo dijo, que hace, que vive y lo<br />

que le pasa. Del mismo modo que nuestras palabras<br />

muestran nuestra alma, también la de Dios muestra el<br />

Corazón de Dios Padre eterno y <strong>del</strong> Santísimo Espíritu<br />

amor reflejado en su vida santa.<br />

El mundo refleja el poder de Dios para hacerlo emerger<br />

de la nada a ser tan poca cosa.<br />

El hombre indica el modo de ser de Dios como<br />

persona que entiende y ama, aunque el hombre entiende<br />

que quiere entender la verdad inmensa de lo duradero,<br />

esa verdad que no encuentra en el mundo en que está<br />

inmerso. El hombre esta inclinado por naturaleza a la<br />

inmensidad de Dios de inmensidad y amor perfecto. Por<br />

eso el hombre triunfa si se hace <strong>del</strong> Reino <strong>del</strong> Dios<br />

verdadero que tanto suspira por darnos su Reino.<br />

Y por ese poder y forma de ser, es la luz, el<br />

sentido, la verdad para la humanidad. Y no sólo eso, -<br />

como afirmación objetiva y fría-, además, se hace<br />

carne, nos quiere hacer de su misma estirpe (hijos de<br />

Dios). Esta es la luz, la vida y la salvación. Nosotros<br />

–ante su inmensidad- somos como una oscuridad, como<br />

leprosos.<br />

Isaías lo veía siglos atrás de este mismo modo: “el<br />

pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz: es<br />

consejero, fuerte como un guerrero para vencer el mal,<br />

es padre y príncipe de la paz”, c.9.<br />

Él viene a este valle de lágrimas a sacarnos <strong>del</strong><br />

cautiverio al mundo de la libertad. Para verlo hemos de<br />

considerar la grandeza divina, adorarla, y no dejarnos<br />

ofuscar por los destellos de la vida terrenal.<br />

San Juan en la introducción de su Evangelio no cesa<br />

de ponderarlo: “nos ha venido con Él gracia y más<br />

gracia”, un derroche de grandeza. Sólo nuestra<br />

inadvertencia puede ningunearla.<br />

Hemos de hacer constantes actos de fe en este mundo<br />

sobrenatural que nos envuelve y rodea. De otro modo<br />

quedamos postrados en un naturalismo asfixiante.<br />

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