Solemnidad: Natividad del Señor. Cicl - Autores Catolicos

HOMILÍA del 2002
VII
En la Navidad, especialmente en la celebración de la
Santa Misa, contemplamos los días en que el Señor se
acercó a nosotros por medio de su humanidad. La Navidad
conmemora el alumbramiento de Dios encarnado.
Es necesario eliminar el pensamiento de que
celebramos algo pasado. No, de ninguna manera. Sin duda
en nuestros tiempos es mucho más claro el hecho que
contemplamos que en los días en que sucedieron. Sí,
porque ahora conocemos mucho mejor el Corazón de Jesús
que nace, pues nos sabemos su vida y doctrina y
contamos ya con la ayuda explícita del Espíritu Santo
que ha sido por Él enviado. Él ha movido con su inmenso
amor todo su terreno peregrinaje y quiere, igualmente,
mover el nuestro.
El enemigo a abatir es la falta de fe, la
superficialidad, la desconsideración.
Es un tiempo de gran alegría sólo para quien tiene
la buena voluntad de querer saber cómo ha de vivir en
la tierra. Hemos de estar muy atentos porque nosotros
para llegar a Dios no tenemos más camino que Jesús.
Hemos de reemprender con nuevos bríos la ruta de la
vida de amor al Señor.
La forma y el molde de una vida buena y santa sólo
es Jesucristo. Sin Él hay hombres pero no cristianos;
hay trabajadores pero no santos; hay médicos, pero no
salvados; hay vida pero no es eterna; hay salud, pero
no hay la felicidad inmensa de la salvación (la salud
divina). Hemos de fijar nuestro corazón en el Sagrario,
ayudados de la contemplación de las escenas
entrañables de Navidad.
En ella hemos de tener presente una realidad que
ocupa un lugar muy importante en el Corazón divino. Es
la realidad envolvente de la vida humana, es la
familia. Él la hace cristiana sólo si se deja empapar
del amor divino. Sin Jesús hay familia, pero no es
cristiana, y no concuerda con Dios. Y, todo lo que no
se conforma con Él, es diabólico.
El hombre sin Dios es irredento, absurdo, sin
sentido dichoso, sin esperanza feliz. La familia, sin
Él está en la misma situación.
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