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Solemnidad: Natividad del Señor. Cicl - Autores Catolicos

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HISTORIA<br />

V-I-3<br />

El vocerío <strong>del</strong> infame de Hébert pide<br />

lo propio de semejante desalmado.<br />

Cuando María Antonieta está ya encerrada en la<br />

Conserjería de la que nadie ha salido como no sea para<br />

la guillotina.<br />

“Cierto que Hébert, el asqueroso mastín de la<br />

Revolución ladra sin cesar en su “Pére Duchene” que la<br />

“perdida”, la “grue”, debe por fin “probase la corbata<br />

de Sansón” ((el verdugo de la República)) y el verdugo<br />

“jugar a los bolos con la cabeza de la loba”. Pero el<br />

Comité de Salud Pública, que ve más lejos, le deja<br />

tranquilamente que pregunte por qué “se busca tanta<br />

triquiñuela para no juzgar a la tigresa que si se le<br />

hiciera justicia debería ser picada como carne de<br />

embutidos por toda la sangre que ha hecho derramar”.<br />

Todos estos salvajes gritos y vociferaciones no<br />

influyen lo más mínimo en los planes secretos <strong>del</strong><br />

Comité de Salud pública, el cual mira únicamente el<br />

mapa de la guerra. Quién sabe todavía cómo se podrá<br />

utilizar a esta hija de la Casa de Habsburgo y hasta<br />

quizá muy pronto pues las jornadas de julio han sido<br />

fatales para el Ejército francés. A cada instante<br />

pueden marchar sobre París las tropas aliadas; ¿para<br />

qué disipar inútilmente una sangre tan preciosa? Se<br />

deja pues tranquilamente a Hébert que siga gritando y<br />

alborotando pues eso fortalece la apariencia de que se<br />

prepara una ejecución inmediata; pero en realidad la<br />

Convención tiene su destino suspenso. A María Antonieta<br />

no se la deja libre pero tampoco es condenada. Sólo se<br />

mantiene de modo visiblemente pendiente la espada sobre<br />

su cabeza, y, de cuando en cuando, se hacer ver su<br />

centelleante filo porque, con ello, se espera espantar<br />

a la Casa de Habsburgo y al final de cuentas volverá<br />

dócil para las negociaciones”. (Stefan Zweig: María<br />

Antonieta, p. 369).<br />

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