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32<br />

Reflexión<br />

Como es de sobra conocido, el cristiano es el que<br />

puede decir con coherencia “si no siguiera a Cristo,<br />

como buenamente puedo, no sería ya yo mismo”. Es<br />

decir, la fe se basa en una experiencia muy personal,<br />

íntima, con Cristo resucitado. Por eso cada creyente<br />

puede y debe escuchar en su interior: “Tú eres mi<br />

hijo, yo te he engendrado.”<br />

La labor del evangelizador<br />

La palabra “engendramiento” nos conecta con la<br />

experiencia humana de los padres que juntos dan<br />

nueva vida a un hijo o hija que a su vez los “engendra”<br />

como padres. Es decir, se crea una nueva identidad<br />

por medio de relaciones de reciprocidad.<br />

En los modelos pastorales más tradicionales, todos<br />

llegan a ser hijos de Dios por la gracia recibida<br />

en el Bautismo, que va creciendo a través de la recepción<br />

de los siguientes sacramentos. Indudablemente,<br />

la vida sacramental vivida con intensidad,<br />

sobre todo a través de la Eucaristía frecuente, ha sido<br />

un pilar fundamental y razonablemente fecundo en la<br />

Historia de la Iglesia, sobre todo cuando vivíamos en<br />

una sociedad en la que la mayoría de la población<br />

compartía las mismas referencias.<br />

Pero, ¿qué ocurre cuando la dimensión simbólica<br />

y de fe, en la que se basan los sacramentos, se muestra<br />

tan alejada de los intereses de la juventud? Más<br />

importante aún: en una sociedad de la información,<br />

donde las creencias tradicionales no son ya tan “naturales”<br />

como antaño, ¿podemos en coherencia dejar<br />

que toda nuestra acción pastoral se centre únicamente<br />

en la recepción de una serie de sacramentos? ¿Qué<br />

hay de la fe vivida íntimamente, razonada, comprometida<br />

con la realidad, cuando acaba el proceso catecumenal<br />

clásico? ¿Qué alternativas hay para los que<br />

viven lejos de la Iglesia o directamente no conocen a<br />

Dios?<br />

Quizás uno de los cambios de paradigma que tengamos<br />

que hacer los aprendices de evangelizadores<br />

es tener bien claro el <strong>horizonte</strong> final al que nos gustaría<br />

que los jóvenes llegasen, pero siempre con la certeza<br />

de que el camino concreto puede ser muy variado,<br />

propio para cada persona, desde puntos de partida<br />

muy diferentes y metas amplias y flexibles. Es decir,<br />

sin “bajar el listón” de la exigencia del Evangelio,<br />

abrir nuestras miras con la convicción de que nuestra<br />

labor es meramente facilitadora: es el Padre Dios<br />

mismo el que engendra su vida en los seres humanos,<br />

superando ampliamente lo que nosotros podemos<br />

hacer.<br />

Todo el que invoque el nombre del Señor se<br />

salvará. Pero, ¿cómo lo invocarán si no han<br />

creído en él? ¿Cómo creerán si no han oído hablar<br />

de él? ¿Cómo oirán si nadie les anuncia?<br />

¿Cómo anunciarán si no los envían?<br />

Rom. 13-15a<br />

Un modo de ser en relación<br />

Desde la pastoral de engendramiento se descubre<br />

que la obra de ayudar a los jóvenes a conocer a<br />

Dios se opera en medio de relaciones de reciprocidad,<br />

más allá de programas establecidos o de un<br />

conjunto más o menos homogéneo de acciones.<br />

En el Nuevo Testamento, los que se acercan a Jesús<br />

recorren un camino (un “proceso” diríamos hoy),<br />

pero es particular para cada uno. En todo momento,<br />

Jesús está rodeado de un grupo de discípulos, algunos<br />

íntimos, pero otros itinerantes, que aparecen en determinado<br />

momento pero no en otros y, mucho más<br />

numeroso, gente que escucha a Jesús tras encontrarse<br />

con Él, que sigue con su vida, eso sí, desde nuevas<br />

perspectivas. Incluso se nombra a otras personas que<br />

actúan en nombre de Jesús sin formar parte del grupo<br />

de seguidores.<br />

Las palabras que Jesús les dedica son, para todos,<br />

de felicidad, desde las Bienaventuranzas hasta la<br />

parábola del Juicio Final. La oferta siempre es abierta<br />

y basada no en el cumplimiento, sino en el camino<br />

(“ven y sígueme”). Resumiendo mucho, podríamos<br />

decir que el seguimiento de Jesús es una red en la que<br />

<strong>horizonte</strong>

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