horizonte

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Verano fecundo
Nuestra estancia y servicio en Lea ha sido muy sencillo.
Por eso, no ha tenido tanto de “aventura”. Una
vida muy regulada por el horario escolar, de mañana, y
por el descanso y la preparación de las clases, por la
tarde. Así han sido nuestros días, de lunes a viernes.
Incluso la primera semana, cuando todavía no había
clases, nos vino de maravilla, porque los dos, Daniel y
Luis Miguel, teníamos necesidad de tiempo para preparar
las materias.
¿Qué hemos hecho aquí? Hemos venido para sustituir
a los Hermanos en los cursillos de verano y permitir
que ellos puedan disfrutar de unas necesarias vacaciones,
separándose un poco del clima y ambiente y
reparar fuerzas y salud. Naturalmente, estos cursillos
son para los alumnos que no superaron en junio las
asignaturas. Daniel ha trabajado mucho: dieciocho
horas semanales, en que ha dado la recuperación de las
matemáticas de 1.º de Bachillerato y la de matemáticas,
de física y de química de Preu (este año es el último
en que se cursa el Preu en Guinea; desde este año
próximo, el plan será idéntico al actual de España).
Luis Miguel sólo diez horas, con la lengua y literatura
de 1.º y de Preu.
Hemos dado las clases por la mañana. El horario
era de 8 a 11, tres horas seguidas; recreo; y la última
hora, de 11:30 a 12:30. A las 13:30 comíamos y, a
continuación, la obligada siesta. La tarde, de trabajo de
preparación, con una interrupción para ir a Misa a la
catedral o para echar unas cestas en el patio del colegio.
Estamos contentos de nuestro trabajo. Y bastante
del de los alumnos. No es que sean extraordinarios ni
que estén supermotivados, pero sí que han mostrado
interés y han prestado mucha atención en el día a día.
Teníamos cincuenta alumnos en cada clase, en números
redondos; algunos días, más; al final, fueron dejando
de ir, porque en otros centros comenzaban los exá-
menes antes que en La Salle y algunos de los alumnos
del cursillo eran de otros colegios. Alguno se excusaba
por no venir o por tener que marcharse, “por lo de
siempre”, que normalmente era el paludismo o la diarrea;
ni una cosa ni otra son extrañas.
Los fines de semana eran más livianos. El sábado, o
el domingo, hemos salido a algún lugar un poco más
típico, siempre en la costa. Río Campo, Río Benito y
Mbini, o la playa ‘comunitaria’, un poco al sur de Bata,
después del puerto. Hemos disfrutado de paisajes que
podríamos llamar de paradisíacos y que lo serían con
un poco de cuidado y limpieza. Hay un potencial futuro
turístico, que podría competir con el Caribe o las
Hawai; que no quede en futurible.
También hemos tenido la oportunidad de encontrarnos
con alguna comunidad religiosa femenina,
comprometida en tareas sanitarias o educativas. Nos ha
parecido especialmente interesante el plan que la
cooperación española está trazando y desarrollando en
la sanidad, en colaboración con el Ministerio de Sanidad
del país. No será fácil, pero nos pareció que está
muy bien encaminado.
El que ahora escribe ha notado un progreso grande
en el país. Estuvo aquí hace 23 años, de visita “pastoral”,
cuando los más jóvenes venían a proyectos de
verano de la FERE, al interior, a los poblados. Entonces,
las carreteras no existían, la luz era privilegio de
los que tenían generadores, el agua causaba estragos en
la salud.
Hoy, hay algunas mejoras. Las arterías más importantes
de la ciudad están asfaltadas (sobre todo, si hay
casas de la familia de “su excelencia”, el “jefe”); hay
un poco de electricidad y a algunas horas; la gente ha
hecho pozos, que no siempre están bien saneados. En
estos días, se están levantando las calles para la conducción
del agua y se espera para dentro de poco
horizonte