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58<br />
Reflexión<br />
En contra de lo que podría suponerse, Dios no está<br />
en las manifestaciones grandiosas y potentes: fuego,<br />
viento, terremoto, sino en la brisa imperceptible que<br />
cuesta captar y, también aceptar. Un estado típico del<br />
hombre religioso: el de la purificación y la prueba.<br />
Con el paso de los años, descubrí que muchos hacían<br />
cosas que en absoluto se correspondían con el<br />
estereotipo vigente, que la vida de los consagrados no<br />
era tan aburrida como parecía desde fuera, y que,<br />
además, justo donde se acaban los límites de las ciudades,<br />
y empezaban los submundos, había una comunidad<br />
de consagrados aportando algo más que un<br />
pequeño grano de arena. Ahora comprendo que todo<br />
esto formaba parte de una apuesta mucho más grande<br />
y de un proyecto de renovación que, sin dejar de tener<br />
sus estridencias y errores daba fe de una voluntad<br />
firme de abrir caminos nuevos de misión, cosa que<br />
exigía desplazamientos reales, amén de transformaciones,<br />
a nivel interno.<br />
Evitando juzgar situaciones del pasado, es interesante<br />
constatar el gran esfuerzo y el espíritu que subyacía<br />
a estas tomas de postura: son prueba de la voluntad<br />
de hacer presente a Dios en todo lugar. Del<br />
deseo de no separar evangelio y vida, del esfuerzo<br />
por no identificarse perezosamente con un papel ya<br />
escrito de antemano, de la intención de vivir lo más<br />
cerca posible de los gozos y las esperanzas, las alegrías<br />
y las tristezas de los hombres, en especial de los<br />
pobres y de los que con mayor desconfianza miraban<br />
a la Iglesia.<br />
Todo pasa y todo queda, decía el poeta. Aquel<br />
caos aparente pasó relativamente pronto, pero quedó<br />
de una nueva manera de hacer y vivir la misión y,<br />
sobre todo una conciencia más crítica respecto a la<br />
elección de los lugares de apostolado, así como la<br />
disponibilidad para ponerse en camino, como maestro,<br />
siempre que fuera necesario.<br />
La MISIÓN, que no la tarea, ha marcado el ritmo<br />
de vida y, en virtud de la misma, se han tomado decisiones<br />
importantísimas: ¿Hace falta recordar cuántas<br />
voces hemos insistido en la autenticidad de vida, en<br />
la necesidad de testimonio, en la calidad evangélica<br />
de nuestro ser y hacer, en la importancia de enseñar<br />
con el ejemplo? ¿No es cierto que, en ocasiones,<br />
aquello que veíamos con mayor recelo, porque se<br />
salía del guion, se ha revelado, andando el tiempo,<br />
como algo providencial? ¿Acaso no ha ocurrido que<br />
algunas vocaciones han llegado atraídas por ser Hermano,<br />
que no cabía en el esquema establecido por y<br />
para la mayoría de los miembros del Instituto?<br />
Nuestra misión y nuestro modo de aparecer se han<br />
renovado, tanto que propios y ajenos hoy valoran<br />
grandemente nuestro trabajo, si bien – quizá porque<br />
no nos dejamos interpelar por el evangelio hasta el<br />
punto de transformar del todo nuestra vida - no terminan<br />
de sentirse atraídos por lo que somos.<br />
¡Nada ni nadie es perfecto!<br />
<br />
<strong>horizonte</strong>