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la iglesia el panorama cambia completamente, como<br />

si alguien lo hubiera estado escondiendo a los ojos<br />

del espectador. El olor de aguas fecales levanta tu<br />

mano hacia la nariz para amortiguar el golpe, se te<br />

acerca un niño pidiendo para comer, alguien se está<br />

duchando en la calle, gente tirada durmiendo en el<br />

suelo… Nosotros queríamos conocer esta otra realidad,<br />

y por eso hemos provocado el encuentro. Transitamos<br />

los alrededores a pie, lo vimos desde la ventana<br />

del autobús del colegio, y también desde el ato<br />

(una especie de taxi que por aquí proliferan como<br />

moscas). Y así fuimos una especie de “turistas de la<br />

marginalidad”, aprovechando diversas excusas para<br />

encontrarnos con esta realidad que habita tantos lugares<br />

del planeta. Y al final, una sensación enorme de<br />

frustración por el estado de las cosas y por la conciencia<br />

de que no podemos cambiarlas totalmente.<br />

También un sentimiento de perplejidad, sabiendo que<br />

hemos sido bendecidos, por no se sabe quién, y gozamos<br />

de una vida mas cómoda, llena de posibilidades,<br />

sin ningún mérito por nuestra parte. Muchas<br />

preguntas sin respuesta quedan después de la India.<br />

Un viaje por nuestra propia debilidad:<br />

Desde el momento en que pones los pies en India,<br />

sientes que has cambiado de lugar. Los carteles están<br />

en unos signos incomprensibles para nosotros. No es<br />

agradable el sentimiento de no depender de uno mismo,<br />

de no controlar la situación. Las primeras noches<br />

estás pendiente de cada ruido, de cada cosa que se<br />

mueve, de cada reacción de tu cuerpo no vayas a<br />

cogerte cualquier enfermedad, exploras con precaución<br />

los nuevos sabores… Es un sentimiento enorme<br />

de desprotección el saberte fuera de tu tierra, de tu<br />

cultura, de tu modo de pensar. Y eso que venimos a<br />

un lugar en el se nos recibe familiarmente, con los<br />

brazos abiertos, y no hemos de preocuparnos por el<br />

siguiente paso para sobrevivir. ¡Cuantos inmigrantes<br />

viven la crudeza de verse des-patriados, desculturados,<br />

des-ubicados, des-alentados…! Leído con<br />

el tiempo, ese sentimiento de pequeñez es para nosotros<br />

algo positivo porque te obliga a salir de ti, buscar<br />

más allá, confiar en otros, sumar debilidades hasta<br />

lograr una fortaleza entre todos. También nos hemos<br />

sentido poca cosa, incluso estorbo, en medio de un<br />

trabajo que no es el nuestro. ¿Qué sabemos nosotros<br />

de construcción? Hemos asumido nuestra inutilidad,<br />

porque sabemos que no hacíamos falta aquí, que<br />

nuestra aportación era totalmente prescindible.<br />

Verano fecundo<br />

Incluso ha habido días que nos han tenido que buscar<br />

un hueco en el que pudiéramos hacer algo y así no<br />

nos aburriéramos. Es curioso porque en estas seis<br />

semanas hemos oído muchas alabanzas a nuestro<br />

trabajo, a nuestro esfuerzo y sacrificio… cuando<br />

somos nosotros los que tenemos que dar gracias por<br />

la oportunidad que se nos han brindado.<br />

Y, en definitiva, Dios pululando por ahí.<br />

Una de las cosas que más nos ha llamado la atención<br />

es la espiritualidad de esta cultura. La vida en<br />

India se mueve en torno a Dios, se llame Cristo, se<br />

llame Ohm, Budha, Allah… o como sea. En el corazón<br />

de los indios habita la necesidad del encuentro<br />

con el Otro sin el cual la vida no alcanza pleno sentido.<br />

Cada uno encuentra la forma de expresarlo, y<br />

hasta pueden convivir distintas manifestaciones religiosas<br />

con respeto porque tienen la sensación de buscar<br />

todos a Alguien que habita mas allá de lo que los<br />

ojos pueden ver. La banda sonora de la ciudad es la<br />

voz del sacerdote, los cantos espirituales, las letanías,<br />

los rosarios… que llegan a todos los rincones a través<br />

de potentes altavoces y se van metiendo en el corazón<br />

de los habitantes de la ciudad. Es otra forma de no<br />

olvidar la presencia constante de Dios en la vida.<br />

Para el extranjero es difícil conciliar el sueño las<br />

primeras noches porque este sonido repetitivo machaca<br />

el oído, hasta que te acostumbras y lo asimilas<br />

como algo normal. Te duermes con este ruido y te<br />

despiertas con él, en un círculo de perfección que<br />

rodea la vida.<br />

Y en definitiva, estos son los pottus que la cultura<br />

india fue dejando en nosotros, y en los que nosotros<br />

también queremos ver la mano de Dios. Es cierto que<br />

el pottu al final desaparece, bien porque se cae (hay<br />

pottus adhesivos), bien porque se limpia. Nosotros<br />

nos resistimos, quisiéramos que queden ahí, que se<br />

impregnen en nuestra piel. Es el momento de que lo<br />

vivido vaya calando, dejar que Dios siga hablando y<br />

transforme nuestra vida a través de las experiencias<br />

que nos hacen preguntarnos y remover nuestros cimientos.<br />

<strong>horizonte</strong> 67

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