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La vida de las abejas - Fieras, alimañas y sabandijas

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Mauricio Mæterlinck don<strong>de</strong> los libros son gratis<br />

nio ignorado por el vulgo. Uno tras otro afrontan el espacio, gloriosos,<br />

irresistibles, y van tranquilamente a posarse en <strong>las</strong> flores más vecinas,<br />

don<strong>de</strong> duermen hasta que el fresco <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> los <strong>de</strong>spierta. Entonces<br />

vuelven a la colmena en el mismo torbellino imperioso, y siempre<br />

<strong>de</strong>sbordantes <strong>de</strong>l mismo gran <strong>de</strong>signio intransigente; corren a <strong>las</strong> <strong>de</strong>spensas,<br />

hun<strong>de</strong>n la cabeza hasta el cuello en <strong>las</strong> cubas <strong>de</strong> miel, se hinchan<br />

como ánforas para reparar <strong>las</strong> agotadas fuerzas, y ganan con<br />

pesado paso el buen sueño sin pesadil<strong>las</strong> ni preocupaciones que los<br />

recoge hasta su próxima, comida.<br />

Pero la paciencia <strong>de</strong> <strong>las</strong> <strong>abejas</strong> no es igual a la <strong>de</strong> los hombres.<br />

Una mañana comienza a circular por la colmena la consigna esperada,<br />

y <strong>las</strong> apacibles obreras se transforman en jueces y verdugos. No se sabe<br />

quién da la consigna; emana <strong>de</strong> repente <strong>de</strong> la indignación fría y razonada<br />

<strong>de</strong> <strong>las</strong> trabajadoras, y <strong>de</strong> acuerdo con el genio <strong>de</strong> la república<br />

unánime tan pronto como se pronuncia llena todos los corazones. Una<br />

parte <strong>de</strong>l pueblo renuncia a salir en busca <strong>de</strong> botín para consagrarse<br />

aquel día a la obra justiciera. Los gordos holgazanes dormidos en <strong>de</strong>scuidados<br />

racimos sobre <strong>las</strong> pare<strong>de</strong>s melíferas, son arrancados bruscamente<br />

<strong>de</strong> su sueño por un ejército <strong>de</strong> vírgenes irritadas. Se <strong>de</strong>spiertan<br />

beatíficos y sorprendidos, no pue<strong>de</strong>n dar crédito a sus ojos, y su asombro<br />

logra apenas asomar a través <strong>de</strong> su pereza, como un rayo <strong>de</strong> luna a<br />

través <strong>de</strong>l agua <strong>de</strong> un pantano. Se imaginan víctimas <strong>de</strong> un error, miran<br />

en torno suyo estupefactos, y la i<strong>de</strong>a matriz <strong>de</strong> su <strong>vida</strong> se reanima en<br />

sus torpes cerebros, y les hace dar un paso hacia <strong>las</strong> cunas <strong>de</strong> miel para<br />

reconfortarse en el<strong>las</strong>.<br />

Pero pasó ya el tiempo <strong>de</strong> la miel <strong>de</strong> mayo, <strong>de</strong>l vino flor <strong>de</strong> los<br />

tilos, <strong>de</strong> la franca ambrosía <strong>de</strong> la salvia, <strong>de</strong>l serpol, <strong>de</strong>l trébol blanco, <strong>de</strong><br />

la mejorana. En lugar <strong>de</strong>l libre acceso a los buenos <strong>de</strong>pósitos rebosantes<br />

que abrían bajo sus bocas sus brocales <strong>de</strong> cera, complacientes y<br />

azucarados, encuentran en torno un ardiente matorral <strong>de</strong> dardos emponzoñados<br />

que se erizan. <strong>La</strong> atmósfera <strong>de</strong> la ciudad ha cambiado. El<br />

140<br />

II

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