La vida de las abejas - Fieras, alimañas y sabandijas
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Mauricio Mæterlinck don<strong>de</strong> los libros son gratis<br />
tablita <strong>de</strong> arribo 9 . Pero eso mismo es accesorio, y si durante la ausencia<br />
<strong>de</strong> <strong>las</strong> acopiadoras se modifica por completo la fachada <strong>de</strong> su mansión,<br />
no <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> volver directamente, a ella <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>las</strong> profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />
horizonte, y sólo manifiestan alguna vacilación al trasponer el irreconocible<br />
umbral. Su método <strong>de</strong>, orientación, según po<strong>de</strong>mos juzgarlo<br />
por nuestros experimentos, parece más bien basado en referencias<br />
extremadamente minuciosas y precisas. Lo que reconocen no es la<br />
colmena, sino, tres o cuatro milímetros más o menos, su posición relativa<br />
a los objetos que la ro<strong>de</strong>an. Y esa referencia es tan maravillosa, tan<br />
matemáticamente segura, tan profundamente impresa en su memoria,<br />
que si <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cinco meses <strong>de</strong> invernada, en un sótano obscuro, se<br />
vuelve a colocar la colmena sobre su plato, pero algo más a la <strong>de</strong>recha<br />
o a la izquierda, <strong>de</strong> lo que, estaba todas <strong>las</strong> obreras al regresar <strong>de</strong> sus<br />
primeras flores arribarán con vuelo imperturbable y rectilíneo al punto<br />
preciso que ocupaba el año anterior, y sólo tanteando darán por fin con<br />
la entrada. Podría creerse, que el espacio ha conservado durante todo el<br />
invierno la, huella in<strong>de</strong>leble <strong>de</strong> sus trayectorias, y que su sen<strong>de</strong>rito<br />
laborioso queda grabado en el cielo.<br />
Así, cuando se, traslada una colmena, muchas <strong>abejas</strong> se pier<strong>de</strong>n, a<br />
menos que se trate, <strong>de</strong> un largo viaje, y que todo el. paisaje que conocen<br />
hasta tres y cuatro kilómetros a la redonda se haya transformado; a<br />
menos también que no se tenga, cuidado <strong>de</strong> colocar una tablita, un<br />
pedazo <strong>de</strong> teja, un obstáculo cualquiera <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l «agujero <strong>de</strong> vuelo»<br />
para advertir<strong>las</strong> <strong>de</strong> que algo ha cambiado y permitirles que se orienten<br />
<strong>de</strong> nuevo y rehagan su punto <strong>de</strong> llegada.<br />
Esto dicho, volvamos a la ciudad que se repuebla, en que la multitud<br />
<strong>de</strong> cunas no cesa <strong>de</strong> abrirse, en que, la misma substancia <strong>de</strong> <strong>las</strong><br />
pare<strong>de</strong>s se pone en movimiento. Esta ciudad, sin embargo, no tiene<br />
9 <strong>La</strong> tablita <strong>de</strong> arribo que a menudo no es más que la prolongación <strong>de</strong>l <strong>de</strong>lantal<br />
o <strong>de</strong>l plato sobre la que <strong>de</strong>scansa la colmena, forma una especie <strong>de</strong> pórtico,<br />
atrio o <strong>de</strong>scanso, ante la entrada principal o agujero <strong>de</strong> vuelo.<br />
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III