La vida de las abejas - Fieras, alimañas y sabandijas
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<strong>La</strong> <strong>vida</strong> <strong>de</strong> <strong>las</strong> <strong>abejas</strong> don<strong>de</strong> los libros son gratis<br />
amigable perfume <strong>de</strong>l néctar ha cedido su lugar al acre olor <strong>de</strong>l veneno<br />
cuyas mil gotitas resplan<strong>de</strong>cen en la punta <strong>de</strong> los aguijones y propagan<br />
el rencor y el odio. Antes <strong>de</strong> haberse dado cuenta <strong>de</strong>l <strong>de</strong>rrumbamiento<br />
inaudito <strong>de</strong> todo su <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> ocio y <strong>de</strong> regalo, en el trastorno <strong>de</strong> <strong>las</strong><br />
leyes dichosas <strong>de</strong> la ciudad, cada uno <strong>de</strong> los azorados parásitos se ve<br />
asaltado por tres o cuatro ajusticiadoras que se esfuerzan por cortarles<br />
<strong>las</strong> a<strong>las</strong>, aserrarles el peciolo que une el abdomen al tórax, amputarles<br />
<strong>las</strong> febriles antenas, dislocarles <strong>las</strong> patas, dar con una juntura <strong>de</strong> los<br />
anillos <strong>de</strong> la coraza para hundir en ella su dardo. Enormes pero inertes,<br />
<strong>de</strong>sprovistos <strong>de</strong> aguijón no piensan siquiera en <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse, tratan <strong>de</strong><br />
escapar ú oponen únicamente su masa obtusa a los golpes que los<br />
abruman. Derribados <strong>de</strong> espaldas, agitan torpemente, en el extremo <strong>de</strong><br />
sus po<strong>de</strong>rosas patas, a <strong>las</strong> enemigas que no sueltan su presa, o girando<br />
sobre sí mismos arrastran el grupo entero en un torbellino loco pero<br />
pronto exhausto. Al cabo <strong>de</strong> cierto tiempo están en un estado tan lamentable,<br />
que la piedad, que nunca está muy lejos <strong>de</strong> la justicia en el<br />
fondo <strong>de</strong> nuestro corazón, acu<strong>de</strong> a toda prisa y pediría gracia aunque<br />
inútilmente, a <strong>las</strong> duras obreras que sólo reconocen la ley profunda y<br />
seca <strong>de</strong> la Naturaleza. <strong>La</strong>s a<strong>las</strong> <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sdichados quedan laceradas,<br />
los tarsos arrancados, <strong>las</strong> antenas roídas, y sus magníficos ojos negros,<br />
espejos <strong>de</strong> <strong>las</strong> flores exuberantes, reverberos <strong>de</strong>l azur y <strong>de</strong> la inocente<br />
arrogancia <strong>de</strong>l estío, dulcificados entonces por el sufrimiento, no reflejan<br />
ya más que el <strong>de</strong>sconsuelo y la angustia <strong>de</strong>l fin. Los unos sucumben<br />
a sus heridas y son inmediatamente arrastrados por dos o tres<br />
<strong>de</strong> sus verdugos a los lejanos cementerios. Otros, menos heridos, logran<br />
refugiarse en algún rincón en que se amontonan y don<strong>de</strong> una<br />
guardia inexorable los bloquea, hasta que se mueran <strong>de</strong> inanición.<br />
Muchos logran ganar la puerta y escapar al espacio arrastrando a sus<br />
adversarias, pero, al caer la tar<strong>de</strong>, hostigados por el hambre y el frío,<br />
vuelven en masa a la entrada <strong>de</strong> la colmena, implorando un abrigo.<br />
Tropiezan con otra guardia, inflexible. Al día siguiente, a su primer<br />
salida, <strong>las</strong> obreras barren el, umbral en que se amontonan los cadáveres<br />
<strong>de</strong> los gigantes inútiles, y el recuerdo <strong>de</strong> la raza ociosa se extingue en<br />
la ciudad hasta la siguiente primavera.<br />
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