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La vida de las abejas - Fieras, alimañas y sabandijas

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Mauricio Mæterlinck don<strong>de</strong> los libros son gratis<br />

volando, otras en fin, tan completamente enmeladas que, no podían ni<br />

arrastrarse ni volar; ni una, <strong>de</strong>, cada diez era capaz <strong>de</strong> llevar a la colmena<br />

el botín mal adquirido, y, sin embargo, el aire estaba lleno <strong>de</strong><br />

legiones que llegaban, tan locas como <strong>las</strong> anteriores.<br />

Esto no es más <strong>de</strong>cisivo <strong>de</strong> lo que sería para un observador sobrehumano<br />

que quisiera fijar los límites <strong>de</strong> nuestra inteligencia, la vista <strong>de</strong><br />

los estragos <strong>de</strong>l alcoholismo, o <strong>de</strong> un campo <strong>de</strong> batalla. Menos quizá.<br />

<strong>La</strong> situación <strong>de</strong> la abeja, si se la compara con la nuestra, es extraña en<br />

este mundo. Ha sido colocada en él para vivir <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la Naturaleza<br />

indiferente e inconsciente, y no al lado <strong>de</strong> un ser extraordinario que<br />

trastorna en torno suyo <strong>las</strong> leyes más constantes y crea fenómenos<br />

grandiosos e incomprensibles. En el or<strong>de</strong>n natural, en la selva natal, el<br />

enloquecimiento <strong>de</strong> que habla <strong>La</strong>ngstroth no sería posible mientras<br />

algún acci<strong>de</strong>nte no rompiera una colmena llena <strong>de</strong> miel. Pero entonces<br />

no habría allí ni ventanas mortales, ni azúcar hirviente, ni jarabe <strong>de</strong>masiado<br />

espeso, y por consiguiente ni muertes ni otros peligros que los<br />

que corre todo animal que persigue su presa.<br />

¿Conservaríamos mejor que el<strong>las</strong> nuestra sangre fría, si una potencia<br />

insólita tentara a cada paso nuestra razón? Nos es, pues, harto<br />

difícil juzgar a <strong>las</strong> <strong>abejas</strong>, que nosotros mismos volvemos locas, y cuya<br />

inteligencia no ha sido armada para <strong>de</strong>scubrir nuestras emboscadas, lo<br />

mismo que no aparece armada la nuestra para burlar <strong>las</strong> <strong>de</strong> un ser<br />

superior, hoy <strong>de</strong>sconocido, pero sin embargo posible. No conociendo<br />

nada que: nos domine, <strong>de</strong>ducimos <strong>de</strong> ello que ocupamos la cumbre <strong>de</strong><br />

la <strong>vida</strong> sobre la tierra; pero, al fin y al cabo, eso no es indiscutible. No<br />

quiero creer que cuando hacemos cosas <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nadas y miserables<br />

caemos en los brazos <strong>de</strong> un genio superior, pero no es inverosímil que<br />

eso parezca cierto algún día. Por otra parte, no se pue<strong>de</strong> sostener razonablemente<br />

que <strong>las</strong> <strong>abejas</strong> carezcan <strong>de</strong>, inteligencia porque todavía no<br />

hayan logrado distinguirnos <strong>de</strong> un oso o <strong>de</strong> un mono gran<strong>de</strong> y nos<br />

traten como tratarían a los ingenuos huéspe<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la selva primitiva.<br />

Hay en nosotros, y en torno nuestro, potencias, tan <strong>de</strong>semejantes como<br />

aquél<strong>las</strong>, y no <strong>las</strong> distinguimos mejor.<br />

En fin, para terminar esta apología, con la, que estoy cayendo en<br />

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