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La vida de las abejas - Fieras, alimañas y sabandijas

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<strong>La</strong> <strong>vida</strong> <strong>de</strong> <strong>las</strong> <strong>abejas</strong> don<strong>de</strong> los libros son gratis<br />

esos sacrificios totales y unánimes. ¿A qué fatalidad previsora, que<br />

reemplaza a ésta, obe<strong>de</strong>cemos? Se ignora, y no se sabe qué ser nos<br />

mira como nosotros miramos a la abeja.<br />

29<br />

VII<br />

Pero el hombre no turba, la historia <strong>de</strong> la colmena que hemos elegido,<br />

y el ardor, húmedo aún, <strong>de</strong> un bello día que avanza a paso tranquilo<br />

y ya radiante bajo los árboles, precipita la hora <strong>de</strong> la partida.<br />

Des<strong>de</strong> lo alto hasta el pie <strong>de</strong> los dorados pasadizos que separan <strong>las</strong><br />

pare<strong>de</strong>s parale<strong>las</strong>, <strong>las</strong> obreras se, ocupan en terminar los preparativos<br />

<strong>de</strong>l viaje. Y en primer lugar, cada una carga con una provisión <strong>de</strong> miel<br />

suficiente para cinco o seis días. De la miel que se llevan sacarán, por<br />

medio <strong>de</strong> una química que aún no se ha explicado claramente, la cera<br />

necesaria para comenzar acto continuo la construcción <strong>de</strong> los edificios.<br />

Se proveen, a<strong>de</strong>más, <strong>de</strong> cierta cantidad <strong>de</strong> propóleos, especie <strong>de</strong> resina<br />

<strong>de</strong>stinada a calafatear <strong>las</strong> rendijas <strong>de</strong> la nueva morada, a fijar lo inseguro,<br />

a barnizar los tabiques, a excluir toda luz, porque les agrada trabajar<br />

en una obscuridad casi completa, en la que se dirigen gracias a sus ojos<br />

<strong>de</strong> facetas o quizá a sus antenas, que se suponen asiento <strong>de</strong> un sentido<br />

ignoto para palpar y medir <strong>las</strong> tinieb<strong>las</strong>.<br />

VIII<br />

Saben, pues, prever <strong>las</strong> aventuras <strong>de</strong>l día, más peligroso <strong>de</strong> su<br />

existencia. Hoy, en efecto, entregadas a <strong>las</strong> preocupaciones y a los<br />

azares quizá prodigiosos <strong>de</strong>l gran acto, no tendrán tiempo <strong>de</strong> visitar los<br />

jardines y los prados y mañana, pasado, es posible que sople viento o<br />

llueva, que sus a<strong>las</strong> se hielen y que <strong>las</strong> flores no se abran. Sin esta<br />

previsión <strong>las</strong> aguardaría el hambre y la muerte. Nadie acudiría en su<br />

socorro, y no solicitarían el socorro <strong>de</strong> nadie. De ciudad a ciudad ni se<br />

conocen ni se ayudan jamás. Hasta ocurre que el apicultor instala la<br />

colmena en que ha, recogido a la vieja, reina y el racimo <strong>de</strong> <strong>abejas</strong> que<br />

la ro<strong>de</strong>a, precisamente al lado <strong>de</strong> la colmena que acaban <strong>de</strong> abandonar.

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