La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal
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¡Quién hubiera dicho que usted fuera tan criollo con esa cara de gringo que tiene! Ya me<br />
habían dicho que usted es buen tirador y que es veterano de la guerra <strong>del</strong> chaco.<br />
Y la cara de Caraí Aguirre se fue descomponiendo con la embriaguez progresiva. Sus<br />
ojos claros con algunos reflejos amarillos me recordaban el <strong>jaguar</strong> cazado días atrás.<br />
Ya no sé a la altura de qué libación, aquel hombre <strong>jaguar</strong>, ambidiestro, quiso exhibir -<br />
como era su costumbre- la pasmosa agilidad de sus manos analfabetas. Sin ponerse de pie,<br />
desenfundó sus dos revólveres y los lanzó al aire. Uno de ellos, el de la izquierda, cayó sin<br />
dispararse sobre una piel de puma; al otro, el de la derecha, lo empuñó y con él me apuntó<br />
un largo instante. El cañón <strong>del</strong> arma, dirigido hacia mi rostro, apenas temblaba.<br />
Cuando volvió por fin los dos revólveres a sus fundas, lanzó una risotada.<br />
-Usted mi amigo es valiente: ni parpadeó. Pero esta vez el de la izquierda se me escapó.<br />
Haría más de una hora que conversábamos sin un tema preciso, a base de<br />
exclamaciones, de palabrotas y de toses, cuando me fue evidente que ya no se sentía muy<br />
seguro en su asiento, una silla de cuero sin curtir. [24]<br />
Masculló que él al fin se encontraba con un señor; que yo no era como los demás; yo era<br />
un hombre muy leído, muy culto, muy... Usted, usted... usted.<br />
Yo uní mi firme vaso al suyo vacilante, y lo invité a un brindis de señores. Me confió,<br />
como quien revela un secreto, que él no quería nada más que su libertad. Nada más que ser<br />
amo de sí mismo y no tener más ley que su voluntad.<br />
-Yo me he hecho respetar. Estoy bien aquí en este monte, en esta fortaleza. Aquí me<br />
llaman caraí.<br />
<strong>La</strong> botella se le había vaciado. Y vi de pronto que se desmoronaba cayendo sobre una de<br />
sus pieles de <strong>jaguar</strong>.<br />
Me agaché sobre él como quien examina el cadáver de un tigre. Le saqué los dos<br />
revólveres de su funda y se los puse sobre la mesa; junto a ellos coloqué la botella vacía.<br />
De pronto se me ocurrió que Caraí Aguirre llevaría otra arma consigo. No me equivoqué.<br />
Bajo el cinturón, cubierto por la parte posterior de la camisa de dril, escondía un revólver<br />
38, caño corto.<br />
<strong>La</strong> lluvia golpeaba con masas de agua el techo y las paredes de la fortaleza. <strong>La</strong> fortaleza<br />
estaba a oscuras ya. Encendí una lámpara de kerosén. Fui hacia la cama <strong>del</strong> borracho,<br />
agarré la almohada y destendí una frazada. Puse la almohada entre el piso y la cabeza<br />
dormida. Y tapé al forajido inerme porque ya hacía frío.<br />
Cuando salí a la lluvia recuperé mi ya embarrado revólver, junto al portón que el viento<br />
abría y cerraba furiosamente. [25]