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La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal

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capa, que me llegaba hasta los talones y me tocaba las espuelas, se cerraba en torno al<br />

cuello. Debajo de la capa me había ya abotonado una camisa blanca que dejaba ver su<br />

cuello blanco bajo el cuello negro de la capa. Todo esto bien eclesiástico. Necesitaba algo<br />

más. Allá nadie nunca había visto anteojos. En el arcón también había unos de armazón de<br />

oro que habían pertenecido no sé a cuál de mis abuelos gringos. Me probé estos anteojos<br />

haciéndolos descansar sobre la punta de la nariz.<br />

Me miré al espejo. Idéntico a un obispo escocés. Pero no olía a incienso; olía a alcanfor.<br />

En Piré-Tú esto causaría impresión favorable. [48]<br />

A la hora señalada me apeé cerca <strong>del</strong> rancho de Paí Boró. Sobre los campos el rocío<br />

hacía más fuerte el perfume de las flores que nadie cuida. El cielo muy azul en la mañana<br />

fresca, era un cielo mansamente invernal, sin nubes.<br />

Mi caballo zaino también estaba preparado para la ceremonia. Llevaba una especie de<br />

gualdrapa que improvisé de una colcha roja. Respetuosamente exhibía yo una biblia inglesa<br />

antigua que debía servirme de breviario, de misal, de devocionario y qué sé yo. Una biblia<br />

jacobea de 1611.<br />

Saludé serio, ceremonioso a Paí-Boró, a la matriarca Ña Iné y a toda la concurrencia. Y<br />

de pie, ante la reverente expectativa de aquella buena gente, con los anteojos<br />

amenazándome con rodar sobre la punta de la nariz y con la antigua biblia inglesa sujeta<br />

con la mano izquierda contra el pecho, prediqué un sermón. El índice de mi diestra tuvo un<br />

ritmo de batura. Me valí de trozos de homilías de padres salesianos. Como no me entendían<br />

sino aquí una frase y allá otra, mi castellano altisonante tendría una majestad superior a la<br />

<strong>del</strong> latín sagrado. Condené las uniones detrás de la iglesia y aquí recurrí al guaraní para que<br />

no quedase duda respecto a la alta moralidad de mi prédica ya la validez de mi misión.<br />

Expliqué con rigor y severidad cómo debería ser toda familia cristiana.<br />

Mencioné enseguida a Monseñor D. Juan Sinforiano Bogarín el cual, según afirmé con<br />

énfasis conveniente, me había conferido el poder de corregir las irregularidades domésticas<br />

de Piré-Tú. Hablé de la santidad <strong>del</strong> matrimonio, lo califiqué de gran sacramento, aun de<br />

mayor importancia que la Penitencia y Extremaunción. El auditorio estaba conmovido,<br />

consternado, edificado. Y yo también me iba emocionando, poseído ya de mi papel<br />

sacerdotal. Luego, con la biblia sostenida con ambas manos, hice señas a la pareja más<br />

cercana para que avanzara y llegara frente a mí. De repente me entró el escrúpulo<br />

inesperado de que practicaba un acto sacrílego. Perdí por un instante la solemnidad y la<br />

seguridad; las recuperé prometiéndome [49] traer a Piré-Tú, cuando me devolvieran la<br />

libertad, un verdadero enviado de Monseñor para que pusiera las cosas en orden verdadero.<br />

Mientras tanto reaccioné con autoaprobación porque mi misión tendría un efecto<br />

provisional, sí, pero efectivo.<br />

Fingí leer en la biblia más de un texto sagrado y terminé la bendición de la primera<br />

pareja con un Dominus Vobiscum, un pax Vobiscum, un felix culpa. Rematé esto con un<br />

Amén, bajando la cabeza. Los anteojos casi se me cayeron al suelo apisonado y bien<br />

barrido. ¡Omnis homo mendax!

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